EL SEÑOR ESTÁ AHÍ
EL SEÑOR ESTÁ AHÍ
«El perímetro total de la ciudad tendrá una extensión de nueve kilómetros con seiscientos metros y desde ese día, el nombre de la ciudad será: “El Señor está allí”» (Ez 48:35 NTV).
Cada una de las 193 naciones que forman parte de la ONU cree que el planeta gira en torno a su ciudad capital. En tiempos antiguos, los acadios afirmaban que Babilonia, enclavada en el corazón de Mesopotamia, era el centro del mundo. Los latinos llegaron a creer lo mismo sobre Roma, la ciudad fundada por Rómulo y Remo, considerándola literalmente la capital del orbe. Pero, según la visión que Dios reveló al profeta Ezequiel, el monte Sion en Jerusalén es el epicentro del globo terráqueo, el punto donde los ejes coordenados del universo se cruzan, porque «el Señor está allí».
En esta visión gloriosa, uno casi puede escuchar a Dios diciendo tiernamente a su pueblo: «Hola, chicos, sé que están asustados y confundidos, pero relájense. Ya vi el final de este partido, y ustedes lo ganan por goleada. No se sorprendan ni se atemoricen. Yo los conozco, "manada pequeña", y sé exactamente lo que hice con ustedes y con mi ciudad santa. Tengan fe en mis promesas; confíen en que mis planes para ustedes son de bien, nunca de mal».
Ahora bien, alguno de mis lectores podría preguntarse: «¿Por qué habríamos de creer en esta visión profética?» La respuesta es razonable y contundente: ¡porque Dios lo ha dicho! Recuerden que, durante mil quinientos años, Yahweh habló de muchas maneras a cada generación, anunciando que un día irrumpiría en la creación para redimirla y encausarla en sus propósitos. Entonces vino Jesús, Emanuel (Dios con nosotros), cumpliendo, en una sola persona y en una sola vida, unas 300 profecías al pie de la letra. Dios fue absolutamente veraz en el pasado y es digno de toda confianza en el presente.
Alguien dijo que las promesas del Señor son como buenas almohadas: fragantes, suaves y confortables, sobre las cuales podemos recostar nuestras cabezas y dormir plácidamente. Al ver a Jesús tranquilamente dormido, los discípulos también debieron dormirse en medio de la tormenta, porque Jesús les había prometido: «Vamos a la otra orilla». En esa barca, todos estaban a salvo, sin importar lo que pasara. Por lo tanto, aunque tu vida sea cuesta arriba y el camino se torne escabroso, no te afanes ni te estreses. «Dios está ahí» para cuidarte; todo está bien por hoy y todo estará bien mañana.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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