UN LLAMADO IRREVOCABLE
UN LLAMADO IRREVOCABLE
«Hijo de hombre—me dijo—, te envío a la nación de Israel, un pueblo desobediente que se ha rebelado contra mí. Ellos y sus antepasados se han puesto en mi contra hasta el día de hoy. Debes darles mis mensajes, te escuchen o no. Sin embargo, no te escucharán, ¡porque son totalmente rebeldes!» (Ez 2:3, 7 NTV).
Si Dios te encomendara una misión en la cual debieras invertir tu vida y la de tu familia, sin la promesa de cosechar ningún fruto, ¿te atreverías a cumplirla? Pues esa es precisamente la historia del hombre sobre la cual vamos a reflexionar. El sacerdote Ezequiel, junto al rey Joaquín y su familia, fue desterrado de Jerusalén a Babilonia en el año 597 a.C. Para entonces, tenía unos veintiséis años y un futuro prometedor en Jerusalén.
Cuando Ezequiel cumplió treinta años, vivía tranquilamente en la colonia judía junto al río Quebar, en Babilonia. Aún no había sido llamado al ministerio profético, cuando tuvo una visión gloriosa de Yahweh sentado en su santo trono, moviéndose en un carro celestial guiado por cuatro querubines. Cada uno de estos seres vivientes tenía cuatro alas y cuatro rostros: el de un hombre, un león, un buey y un águila. Así, todo siervo comienza su ministerio con un encuentro real y personal con Dios.
Aunque su llamado fue legítimo, Ezequiel no tuvo éxito en Babilonia, ya que no vio conversiones durante su ministerio, al igual que Jeremías en Judá. El éxito de estos dos profetas no consistió en recoger grandes cosechas de almas, como Jonás en Nínive, sino en ser fieles a la vocación irrevocable a la que fueron llamados. Charles Spurgeon dijo: «Obedecer a medias es desobedecer totalmente». De la misma manera, Ezequiel tuvo que decidir diariamente si obedecería a Dios al transmitir su mensaje, sabiendo que el pueblo no lo escucharía.
La noticia prominente para hoy es: Dios te ama con amor inagotable y te ha escogido para ser su siervo. Él te ha dado dones espirituales y talentos naturales para que seas de bendición para los demás. Tu vocación es irrevocable y solo admite una respuesta: ¡heme aquí, envíame a mí!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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