BABILONIA, TIERRA BALDÍA
BABILONIA, TIERRA BALDÍA
«Entonces, después que hayan pasado los setenta años de cautiverio, castigaré al rey de Babilonia y a su pueblo por sus pecados–dice el Señor–. Haré del país de los babilonios una tierra baldía para siempre. Muchas naciones y grandes reyes esclavizarán a los babilonios, así como ellos esclavizaron a mi pueblo. Los castigaré en proporción al sufrimiento que le ocasionaron a mi pueblo» (Jer 25:12,14 NTV).
Actualmente, Babilonia es famosa por sus majestuosos jardines colgantes, considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sin embargo, pocos saben que Dios permitió a los babilonios disciplinar a su pueblo, y aún menos conocen que los babilonios se excedieron en su tarea. Fueron tan implacables con los judíos que Dios prometió castigarlos, esclavizarlos y destruirlos completamente. Aunque esta sentencia tardó unos setenta años en cumplirse, el día del juicio divino llegó, y los babilonios lo sintieron profundamente, llorándolo amargamente.
Después de que Nabucodonosor asumió el trono de Babilonia (605 a.C.), capturó dos veces la ciudad de Jerusalén (597 a.C. y 586 a.C.). Este infame gobernante se dejó llevar por su orgullo, comportándose como si fuera el rey del universo. Su soberbia era tal que movía su pulgar hacia arriba o hacia abajo sin remordimiento, como si todas las almas del mundo le pertenecieran. El famoso apologista cristiano del siglo pasado, C. S. Lewis, solía decir: «Satanás, el líder o dictador de los demonios, es lo opuesto, no de Dios, sino de Miguel». Tanto Satanás como Miguel fueron magníficas criaturas de Dios: el arrogante Satanás desobedeció, mientras que el humilde Miguel obedeció.
Es curioso que Dios llamara a Nabucodonosor «mi siervo» (Is 43:10) para ejecutar su corrección; sin embargo, en lugar de actuar con misericordia –pues incluso en la guerra debe haber compasión–, este gobernante se dejó llevar por su privilegio y se extralimitó en crueldad y brutalidad. Parece que todos llevamos un _nabucodonosor_ dentro, que nos induce a considerar a Dios como un anciano decrépito o un abuelo indulgente, que observa impasible e impotente las acciones violentas de los hombres, sin juzgar ni condenar. No obstante, la «ira de Dios» es real, y si no lo creen, pregúntenles a los babilonios que vieron su «tierra arrasada», tal como ellos lo hacían con sus enemigos.
La noticia prominente para hoy es que «al corazón contrito y humillado no lo desprecia Dios» (Sal 51:17). Miguel de Cervantes dijo una vez: «Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma». Y el apóstol Pedro añadió: «arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados» (Hch 3:19). Por lo tanto, no postergues la decisión más importante de tu vida: arrepentirte de todos tus pecados y confesar a Jesús como tu Salvador.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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