JAMÁS SERÁ VENCIDA
JAMÁS SERÁ VENCIDA
«Oh Señor, rescátame de los malvados; protégeme de los que son violentos, de quienes traman el mal en el corazón y causan problemas todo el día. Su lengua pica como una serpiente; veneno de víbora gotea de sus labios» (Sal 140:1-3 NTV).
Uno de los grandes valores de los salmos es la sinceridad con la que el salmista eleva sus oraciones al cielo, expresando lo que el creyente quiere pedirle a Dios en las situaciones cotidianas en la tierra. La maldad de los enemigos es real y el peligro es latente, ya que estamos rodeados por ellos en todas las direcciones. En este salmo, el rey David clama al Señor para que lo proteja específicamente de la calumnia de los impíos, tal vez cuando era un fugitivo escapando de la corte de Saúl, pues eran como una trampa tendida a su paso para hacerlo tropezar y caer.
A los malos no hay que ignorarlos ni subestimarlos, pues la oposición planeada, tenaz y constante, y los lazos de sus redes nos pueden enredar en sus marañas y descalificarnos del ministerio. Marco Aurelio, el emperador filósofo, dijo una vez: «Sólo los locos persiguen lo imposible. Imposible es que los malos no cometan maldades». Siendo la calumnia un pecado de la lengua, ¿será cierto lo que afirmó el filósofo Anacarsis, que «la lengua es lo mejor y lo peor que poseen los hombres»?
La situación por la que atravesaba el salmista era muy riesgosa, porque sus impostores, si sus discursos mentirosos no funcionaban, estaban dispuestos a desatar la violencia en su contra. Pero David actuó juiciosa y prudentemente en esta ocasión. Charles Spurgeon escribió: «El perseguido se dirige a Dios en oración; no podía hacer nada más sabio. ¿Quién puede enfrentarse al hombre malvado y derrotarlo, salvo el mismo Jehová, cuya bondad infinita es más que un rival para todo el mal del universo?».
William Shakespeare afirmó que «la virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia», queriendo significar que nadie, por más virtuoso que sea, está exento de ser calumniado. El rey David, «el dulce cantor de Israel», que conquistó el corazón de Dios con su valentía y su fidelidad, fue severamente atacado por sus detractores, porque la verdad es que a todos «se nos prometió una llegada segura», pero a nadie se le prometió «un viaje fácil» (Henry Durbanville). Oremos para que Dios nos proteja de nuestros adversarios y defendámonos con la verdad, que puede ser atacada, pero jamás será vencida.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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