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ESTÚPIDOS


ESTÚPIDOS

«Debes defender mi inocencia, oh Dios, ya que nadie más se levantará en mi favor» (Job 17:3 NTV).

En un momento de extrema debilidad, el dolor indescriptible en el cuerpo de Job había destrozado su espíritu y sentía que su vida se extinguía. Llamó 'burlones' a quienes lo rodeaban, porque se mofaban implacablemente de su condición. Los muy estúpidos le escupían en la cara, porque tenían sus mentes ofuscadas y, a fin de cuentas, lo traicionaron para su propio beneficio. La situación de Job era realmente perturbadora: estaba completamente solo, pues sus hijos y sus siervos habían muerto, y su esposa y amigos le habían dado la espalda. Además, estaba tan enfermo que su cuerpo se había llenado de postemas supurantes muy hediondas y dolorosas, las cuales impedían que se alimentara bien, reduciendo su cuerpo a piel y huesos.

¿Te has preguntado alguna vez cuánto dolor puede aguantar el corazón humano? Del uno al diez, ¿qué nivel de intensidad le asignarías a la desdicha de Job? Job estaba perdiendo la esperanza de salvación; sólo esperaba y anhelaba la tumba. Había sido probado despiadadamente en todas las áreas de su vida. Por ejemplo, cuando se enteró de que sus diez hijos habían fallecido, sintió que su corazón se desgarraba en su pecho. Y después de tan devastadora situación, sólo atinó a escuchar impávido a uno de sus siervos que le informaba que también había perdido sus cosechas y su ganado en un santiamén.

¿Y estas duras pruebas sólo las padecen los cristianos? No, Eugene Peterson escribió: «Los cristianos viajan sobre el mismo suelo que todos los demás, respiran el mismo aire, beben la misma agua, hacen las compras en las mismas tiendas, leen los mismos periódicos, son ciudadanos bajo los mismos gobiernos, pagan los mismos precios por los comestibles y la gasolina, temen los mismos peligros, están sujetos a las mismas presiones, tienen las mismas aflicciones y son enterrados en el mismo suelo».

Peterson continúa: «La diferencia es que cada paso que damos, cada respiro que inhalamos, sabemos que somos resguardados por Dios, que Él nos acompaña, que Él nos gobierna. Y, por lo tanto, no importa qué dudas soportemos o qué accidentes experimentemos, el Señor nos guarda de todo mal y cuida nuestra vida misma». Hoy, miles de años después, podemos estar seguros de que la vida de Job jamás estuvo en peligro ni un solo instante, y la nuestra tampoco lo está.

Carlos Humberto Suárez Filtrín

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