HONESTO Y DECENTE
HONESTO Y DECENTE
«Todo el que engaña con pesas y medidas falsas es detestable a los ojos del Señor» (Dt 25:16 NTV).
El Señor les entregó las tablas con los Diez Mandamientos hace cuarenta años, cuando estuvieron acampados en el monte Sinaí después de salir triunfantes de la tierra de Egipto. Ahora, Moisés les repite estas instrucciones para que, una vez que hayan entrado a poseer la Tierra Prometida, cada tribu tenga su propio territorio, cada familia tenga su propia parcela de terreno para cultivarla y cada individuo tenga sus propias pertenencias. El octavo mandamiento de la Ley de Dios establece: «No hurtarás». Esta ordenanza prohíbe tomar o usar la propiedad de otra persona sin su permiso, así como cualquier acción que implique despojar a alguien de sus bienes o engañar en asuntos comerciales, como el usar pesas y medidas falsas. Este precepto promueve la honestidad, la justicia y el respeto a la propiedad ajena. De esta manera, queda claro que el Señor aprueba la honestidad y la decencia como virtudes cardinales para la buena convivencia social.
El uso de pesas y medidas correctas era importante la buena convivencia social porque garantizaba la equidad y la justicia en las transacciones comerciales y en las interacciones sociales. En toda sociedad, las transacciones económicas son fundamentales para la vida cotidiana; por lo tanto, el uso de pesas y medidas justas es esencial para evitar el fraude y la explotación. Utilizar pesas y medidas falsas equivalía a quebrantar el octavo mandamiento y a engañar a los demás, despojándolos de sus bienes de manera injusta, lo que socavaría la confianza y la estabilidad en la comunidad. Por lo tanto, la honestidad en el comercio y en todas las interacciones sociales haría de Israel una luz para las naciones, contribuyendo a establecer y mantener una sociedad justa y armoniosa, agradable a los ojos del Señor.
Cuando un israelita usaba la balanza exacta para pesar la mercadería que vendía y también empleaba medidas completas y legítimas, se granjeaba el favor de Dios y disfrutaba de una larga vida en la tierra. Por el contrario, aquel israelita que robaba terreno a su vecino cambiando el lindero de su propiedad, atraía sobre sí mismo y su familia la maldición divina. Dios amó, escogió y liberó a Israel para que fuera su tesoro especial y un faro de luz moral para los pueblos de la tierra. Los hijos de Israel debían distinguirse en cada detalle de ética y moralidad, conformando una comunidad justa, equitativa y transparente; su estilo de vida debía resplandecer en medio de las prácticas corruptas de los pueblos vecinos. La vileza de las costumbres de los cananeos debía ser erradicada de la Tierra Prometida, la herencia que el Señor había entregado a su pueblo santo.
Mark Twain, un famoso escritor y periodista estadounidense, afirmó: «La honestidad es la mejor de todas las artes perdidas». La honestidad era una virtud que brillaba por su ausencia entre los pueblos cananeos en la antigüedad y también entre nosotros en la actualidad. Encontrar un hombre honesto y decente hoy en día no es tan fácil; la falsedad y la trampa se campean por doquier. Sin embargo, el cristiano fue amado y escogido por Dios para mostrar las virtudes de aquel que lo rescató de las tinieblas del engaño a la luz admirable de la integridad (1 P 2:9). Por lo tanto, influyamos positivamente en nuestro entorno, preservando los principios bíblicos y dando sabor a la vida con justicia y gracia, tal y como lo hizo Jesucristo.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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