BENDICIONES Y MALDICIONES
BENDICIONES Y MALDICIONES
«Si de veras obedeces al Señor tu Dios, y pones en práctica todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy, entonces el Señor te pondrá por encima de todos los pueblos de la tierra» (Dt 28:1 DHH).
El capítulo 28 del libro de Deuteronomio es uno de los pasajes más conocidos del Antiguo Testamento y citados en el púlpito contemporáneo, debido a sus veintiocho espléndidas bendiciones descritas en los versículos 2 al 14 y a sus ciento dieciséis pavorosas maldiciones detalladas en los versículos 15 al 68. Así es el carácter santo de nuestro Dios: puede bendecir la obediencia de su pueblo y maldecir su desobediencia. Cuando los hijos de Israel entren a poseer la Tierra Prometida, temer el glorioso nombre del Señor y guardar fielmente sus mandamientos será la actitud que determine la vida o la muerte, la grandeza o la miseria, la victoria o la derrota del pueblo de Israel. Por lo tanto, recibir la bendición o la maldición no será una decisión caprichosa de Dios, sino una decisión del pueblo de Israel.
Si leemos y meditamos detenidamente el texto bíblico, las bendiciones allí explicadas son realmente maravillosas: salud espiritual, emocional y física; multiplicación del ganado, los rebaños y las cosechas; seguridad integral en el campo, la ciudad y el hogar; victoria contundente sobre los enemigos y sus alacenas rebosantes de granos, aceite y frutas; abundancia de carnes, leche y pan sobre la mesa familiar; riqueza en oro, plata y piedras preciosas; la familia israelita gozará de abundancia de hijos y juntos (abuelos, padres y nietos) alabarán al Señor con júbilo. Estas promesas reflejan una relación especial entre Dios y su pueblo, basada en la obediencia a sus mandamientos. En contraste, las naciones vecinas no gozarían de estas bendiciones específicas debido a su falta de relación y pacto con el Dios de Israel. La obediencia a Dios era un requisito fundamental para que Israel fuera la nación más admirada, envidiada y temida de la tierra; el país más hermoso, floreciente y tranquilo del planeta.
Sin embargo, al analizar el resto del capítulo, descubrimos que las maldiciones allí reseñadas son realmente horrorosas: «Así como el Señor se agradó en multiplicarte y hacerte prosperar, también se agradará en arruinarte y destruirte» (Dt 28:63 NVI). ¿Pueden imaginarse a Dios deleitándose en la ruina de las ciudades, la sequía de los campos de cultivo, las enfermedades diezmando a la población, las plagas destrozando el país, los enemigos sitiando y esclavizando a los jóvenes y a las doncellas, el hambre obligando al pueblo a comerse las carnes de sus propios hijos, y la nación entera saliendo al exilio para vivir en tierra extranjera y adorar a dioses de madera y piedra? El versículo 63 destaca la importancia de la fidelidad a Dios y la gravedad de la desobediencia. Aquí se enfatiza que, al igual que Dios se alegraba en bendecir y multiplicar al pueblo de Israel cuando obedecían sus mandatos, también se regocijaría en traerles calamidad y destrucción si se apartaban de él y desobedecían sus mandamientos.
La buena noticia para hoy es que, debido a su amor inagotable, Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para cumplir toda la Ley y otorgar salvación a todo aquel que cree en su nombre. Ahora, «debes comprometerte a obedecer a Dios, no como un pago por tu pecado, sino como una celebración del pago que ya se hizo». (Paul David Tripp). Por lo tanto, si crees en el Señor Jesucristo como tu Salvador y lo reconoces como el Señor de tu vida, serás perdonado de todos tus pecados y recibirás el regalo de la vida eterna. ¡Dios anhela verte obedecer por gratitud, no por legalismo!
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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