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NO HAY DIOS COMO YAHWEH


NO HAY DIOS COMO YAHWEH

«Dios ordenó a Moisés que le diera este mensaje a la comunidad de Israel: “Yo soy el Dios de Israel, y soy diferente de los demás dioses. Por eso ustedes deben ser diferentes de las demás naciones”» (Lv 19:1-2 TLA).

Dios rescató a Israel de la iniquidad y les ordenó vivir en santidad. El vocablo santidad viene del latín sanctus, que significa sagrado e inviolable. Lo santo es sinónimo de excelencia de carácter y del valor más alto de su ser, específicamente distinto de todos los demás y propio de lo divino. Por lo tanto, por causa de este atributo tan brillante y sobrecogedor a la vez, Dios es objeto de amor y también de temor para su pueblo. Sin embargo, esta perfección divina es comunicable y los israelitas, por su unión con el Dios infinitamente santo, podían llegar a ser santos, sagrados e inviolables también. Así que, la santidad es algo que agrada sobremanera al Señor y que conviene en todo sentido a la casa de Israel.

Yahweh era diferente a los dioses y las diosas egipcias y cananeas. Los dioses egipcios solían tener características que reflejaban aspectos de la vida y la naturaleza, no eran vistos como perfectos ni inmaculados, y sus acciones podían ser tanto beneficiosas como destructivas. La mitología egipcia revela que entre los dioses cundían las actitudes viciosas, como el engaño y la confusión, la ira y la venganza, la competencia y la rivalidad. Por su parte, el panteón cananeo no era diferente, los mitos y las historias sobre sus dioses los presentan como degenerados y perversos, plagados de inmoralidad sexual, violentos y guerreros, engañosos y traicioneros, crueles y despiadados. Por el contrario, Dios es santo y justo, bondadoso y perdonador, tierno y compasivo.

Siendo que Dios era notablemente diferente a los demás dioses, los israelitas debían ser diferentes a los egipcios y cananeos, debían elevar sus estándares éticos y morales, y no debían imitar sus estilos de vida. Recuerden que el regalo más preciado que Dios le dio a su pueblo fue la Ley y su obediencia marcaría la diferencia. Los egipcios y cananeos eran promiscuos y lujuriosos, pues practicaban todo tipo de perversión sexual, como ser: adulterio, incesto, prostitución, homosexualidad, pedofilia, zoofilia y un amplio etcétera. Además, los cananeos eran idólatras y tenían la detestable costumbre de ofrecer a sus primogénitos como sacrificios vivos a Moloc. Los cananeos habían contaminado de tal manera la tierra con sus maldades y abominaciones, que la tierra los vomitó. Dios quería que su pueblo alumbrara en medio de la oscuridad moral y espiritual en la que vivía la región.

Ahora bien, Dios quería que su pueblo le amara y no que le temiera, que procurara agradarlo buscando la santidad en respuesta a su inagotable amor y a su maravillosa gracia. En la actualidad ocurre lo mismo, Dios anhela la santidad de su iglesia como una expresión de gratitud a su perdón y salvación. El respetado profesor de Biblia, William Barclay, lo expresó así: «Nuestra bondad debería provenir, no del miedo a la ley, ni siquiera del miedo al juicio, sino del miedo a frustrar el amor de Cristo y entristecer el corazón paternal de Dios. La dinámica del cristiano para vivir justamente reside en el hecho de que sabe que el pecado no sólo transgrede la ley de Dios, sino que también destroza su corazón. No es la ley, sino el amor de Dios que nos constriñe» (William Barclay). Dios nos ama y nos anhela santos, respondamos entonces con nuestra obediencia.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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