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EL DÍA DE LA EXPIACIÓN



EL DÍA DE LA EXPIACIÓN

«Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (Lv 16:30 RV60).

El Día de la Expiación, también conocido como Yom Kippur en hebreo, ocupa el lugar central en el libro de Levítico y se celebra en el décimo día del séptimo mes del calendario hebreo, llamado _Tishrei_ (septiembre u octubre en el calendario occidental). El término «expiación» (kafár en hebreo) significa cubrir, condonar, aplacar o cancelar. Como sabrán, el pecado ofende la majestad de la santidad de Dios. Por lo tanto, el pecado no debe ser tratado con indiferencia, sino con diligencia debe ser redimido con la sangre derramada por un animal inocente. Dios acepta la sangre vertida en el altar como rescate por la vida del pecador. Cuando hay satisfacción plena a la demanda del ofendido, se lava la ofensa, hay purificación, perdón y el favor del Señor continúa con el oferente. El encargado de hacer la expiación por los pecados era el sumo sacerdote. En primer lugar, presentaba la sangre ante Dios en el Lugar Santísimo; en segundo lugar, quitaba los pecados de su pueblo llevándolos lejos a donde no pudieran ser hallados jamás.

Así que, el Día de la Expiación se celebraba cada año por medio de una santa convocación y un ayuno, el único ayuno prescrito por la Ley. En ese día solemne, el pueblo se humillaba delante de la presencia del Señor y el sumo sacerdote ofrecía sacrificios como una purificación del santuario, por los sacerdotes y por la nación. Solo ese día entraba el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo. Una vez más hay que decir que la presencia de Dios en medio de su pueblo requiere santidad. Así que el israelita no debía consentir el pecado moral en su alma ni la impureza física en su cuerpo, porque son asuntos muy serios que impiden tener una buena comunión con el Señor. «En ese día se sacrificaban dos animales, uno moría por los pecados de Israel y el otro (Azazel) se lo enviaba al desierto, para simbolizar que se quitaba el pecado de la tierra y del ambiente de Israel» (Guillermo Méndez).

El sumo sacerdote Aarón introducía la sangre del primer chivo en el Lugar Santísimo y la rociaba sobre el propiciatorio (la cubierta del Arca del Pacto que se encontraba en el Lugar Santísimo) y después sobre todo el tabernáculo, de esta manera quedaban expiados los pecados y los hacía justos delante de Jehová. Seguidamente ponía ambas manos sobre la cabeza del chivo vivo (Azazel) y confesaba sobre él toda la perversidad, la rebelión y los demás pecados del pueblo de Israel, traspasando las iniquidades del pueblo a la cabeza del chivo expiatorio, para después ser conducido al desierto llevando los pecados del pueblo a una tierra desolada. El hombre seleccionado para llevar el chivo expiatorio al desierto debía lavar su ropa y bañarse con agua antes de regresar al campamento.

Todo lo que ocurría en el Día de la Expiación nos habla de manera elocuente acerca de Jesús y su sacrificio vicario en la cruz del Calvario. Las buenas noticias de salvación en Jesucristo son asombrosas: «La ley fue cumplida, la muerte fue vencida, el juicio fue agotado, el diablo fue derrotado y la gracia fue derramada. La culpa fue borrada, el amor fue desplegado, el perdón fue otorgado, el cielo fue asegurado y el gozo fue ilimitado» (Jurgen Schulz). La Escritura afirma: «Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo» (2 Co 5:21 NTV). El famoso explorador británico, John White, dijo con tanta certeza: «No hay nada que libera tanto a una persona del control del pecado como el descubrimiento que ha sido libremente aceptado y perdonado». Así que, si crees en el sacrificio de Cristo y le confiesas como tu Salvador, hoy puede ser el día de perdón para ti.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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