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FUEGO QUE NUNCA SE APAGA


FUEGO QUE NUNCA SE APAGA

«Recuerden, el fuego del altar siempre debe estar encendido; nunca debe apagarse» (Lv 6:13 NTV).

La puerta del atrio del Tabernáculo estaba orientada hacia el este y el Altar de Bronce o el Altar del Holocausto era la primera estructura esencial para la adoración y la expiación. El Altar de Bronce era el más grande de los siete muebles del Tabernáculo, estaba construido con madera de acacia y revestido de bronce, y medía aproximadamente 230 centímetros cuadrados por 140 centímetros de alto. Tenía cuatro cuernos que sobresalían, uno en cada poste de la esquina, que simbolizaban ayuda y refugio. Todos los utensilios que le acompañaban: tazones, palas, tenedores y braseros, debían ser también de bronce. Dios instruyó minuciosamente a Moisés su construcción y señaló su ubicación exacta. El bronce está asociado con la purificación y el juicio; mientras que el oro simboliza lo celestial, el bronce apunta hacia la conexión con lo terrenal, con el pecado del hombre.

Sin santidad nadie verá al Señor, es otro principio universal. Dios es santo y vivir en su presencia requiere santidad. La adoración requiere purificación, la purificación requiere expiación y la expiación requiere sacrificio. Como se ha dicho anteriormente, el pecado es una cosa muy seria, que ofende el carácter santo de Dios y expiarlo requiere derramamiento de sangre inocente de un animal inmolado. Si alguno osara entrar al Lugar Santo sin haberse purificado de sus pecados, aunque sea un sacerdote encargado para tal ministerio, caía muerto de inmediato. Dios quería que su pueblo le adorara y por esa razón que los sacó de la casa de servidumbre en la tierra de Egipto, pero primeramente su pueblo tenía que ofrecer, ya sea holocausto, ofrenda de granos, sacrificio de paz, sacrificio por el pecado o sacrificio por la culpa. La adoración sin sacrificio era nula.

El fuego siempre encendido en el altar aseguraba que el culto y los sacrificios pudieran llevarse a cabo en cualquier momento, día o noche, sin interrupción. Esto simbolizaba la constancia y la disponibilidad permanente del pueblo para adorar a Dios. Mantener el fuego perenne representaba la presencia continua y la atención de Dios hacia su pueblo escogido. El fuego se consideraba purificador y santificador; como el fuego consumía toda la ofrenda, así Dios expiaba todo el pecado de su pueblo. La orden de mantener el fuego encendido perpetuamente también transmitía la responsabilidad de la adoración de una generación a la otra. Esto les serviría de recordatorio de que el compromiso de obedecer a Dios y de adorarlo no tenía que extinguirse jamás, sino que deberían ser continuados y transmitidos a las generaciones futuras.

El teólogo estadounidense, Tim Keller, dijo: «Jesús no vino con espada en las manos; vino con clavos en las manos. Él no vino a traer juicio; vino a sufrir juicio». De tal manera que hacia donde tú dirijas la mirada en el Tabernáculo, verás a Jesús. Jesucristo fue el templo de Dios donde la divinidad y la humanidad se abrazaron, el oro y el bronce se reconciliaron, y la gracia y la justicia se besaron. El altar fue la cruz y Jesús fue la ofrenda perfecta: siendo hombre murió para darnos el perdón de nuestros pecados y siendo Dios resucitó para darnos el regalo de la vida eterna. Aunque el pecado sigue siendo detestable a los ojos de Dios, Dios sigue reconciliando al pecador por el sacrificio de Jesucristo. El evangelio es la buena noticia del incondicional amor de Dios: el que cree en Jesús es declarado justo, como si nunca hubiera pecado.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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