EL REFUGIO PERFECTO
«Estas ciudades servirán como refugio tanto para los israelitas como para los extranjeros y residentes temporales entre ustedes. Cualquiera que haya matado a otra persona inadvertidamente puede huir a estas ciudades para salvarse del vengador de sangre» (Nm 35:15 NVI).
La inolvidable travesía de Israel por el desierto ha llegado a su fin. Ahora se alistan para la conquista de la Tierra Prometida, una tierra donde fluye leche y miel. Aunque la tierra que Dios les ha dado está llena de maldad, Él quiere que su pueblo la santifique y la convierta en una tierra de luz para las naciones. El Señor les advirtió muy seriamente que el asesinato contaminaría la tierra, y ningún sacrificio, salvo la ejecución del asesino, podría purificarla. La sangre no debía mancillar la tierra, porque Dios mismo habitaba en ella. Cuando los hijos de Israel hubieran cruzado el Jordán, las doce tribus les asignarían cuarenta y ocho ciudades con sus pastizales a los levitas, de las cuales seis serían "ciudades de refugio" (heb. «ir miklat»), tres al oriente del río Jordán y tres al occidente.
Estas ciudades de refugio servirían para proteger a cualquier israelita que, por accidente, matara a su hermano, ya fuera miembro de la comunidad, extranjero o comerciante ambulante. Sin embargo, si alguien asesinaba a otro con premeditación, alevosía y ventaja, el pariente más cercano de la víctima tenía la responsabilidad de quitarle la vida al asesino, y se le llamaba el "vengador de sangre" (heb. «go’el hadam»). Si alguien, sin enemistad previa, mataba a otro, la comunidad debía protegerlo y escoltarlo hasta la ciudad de refugio más cercana, donde debía permanecer hasta la muerte del sumo sacerdote. Sin embargo, si el asesino involuntario salía de los límites de la ciudad y el vengador lo encontraba y lo mataba, su muerte no sería considerada homicidio. Después de la muerte del sumo sacerdote, el responsable de la muerte accidental podría volver a su propio hogar en paz (Nm 35:26-28).
La vida es sagrada y pertenece a su Creador. Nadie que derramara la sangre de su hermano debía permanecer impune. Todos los asesinos intencionales debían ser ejecutados inexorablemente. Tampoco se debía aceptar el pago de rescate de alguien que hubiera huido a una ciudad de refugio, ya que esto permitiría que el asesino regresara a su tierra antes de la muerte del sumo sacerdote. Tal acción viciaría el proceso legal y sería un ejemplo pernicioso para la moral del pueblo y la santidad de la tierra. Las ciudades de refugio eran de vital importancia para garantizar un proceso judicial justo, prevenir las venganzas injustas, proteger al individuo y permitir una forma de reparación del daño causado. El sabio proceso instituido por Dios mismo reconocía que, aunque la muerte había ocurrido, no había sido intencional, y, por lo tanto, el individuo no merecía un castigo tan severo como el que se daría a un asesino premeditado.
En la actualidad, Cristo es el refugio seguro para todo aquel que, amenazado por la gravedad de sus pecados, corre a sus brazos en busca de perdón, reconciliación y paz. El autor de "Las Crónicas de Narnia", C. S. Lewis, dijo: «El cristiano se halla en una posición diferente de la de aquellos que están tratando de ser bueno. Ellos esperan agradar a Dios siendo buenos si es que hay un Dios. Pero el cristiano piensa que lo bueno que él hace proviene de la vida de Cristo que hay en su interior. No cree que Dios nos ama porque somos buenos, sino que Él nos hace buenos porque nos ama». Dios es misericordioso y sus designios providenciales para tu vida son estupendos. Acude hoy mismo a Jesús quien te recibirá con sus brazos abiertos, con su sangre te limpiará de todos tus pecados y te regresará a tu hogar transformado y en paz.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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