REGRESEN AHORA MISMO
«Esto dice el Señor: “Deténganse en el cruce y miren a su alrededor; pregunten por el camino antiguo, el camino justo, y anden en él. Vayan por esa senda y encontrarán descanso para el alma”. Pero ustedes responden: “¡No, ese no es el camino que queremos!”» (Jer 6:16 NTV).
El profeta Jeremías es famoso por su melancolía y su llanto, pues tuvo que dirigir de parte de Dios terribles palabras de juicio a Judá y Jerusalén. Así como Isaías profetizó la destrucción de Samaria por los asirios, Jeremías profetizó la destrucción de Jerusalén por los babilonios. Jerusalén aprendió la maldad de su hermana Samaria y fue una alumna destacada. En las ‘olimpiadas malévolas’ de su tiempo, Jerusalén se llevaría la medalla de oro en todas las disciplinas del pecado.
De Jerusalén brotaba la maldad como de una fuente. Sus calles se habían teñido de rojo, porque se habían llenado de violencia y destrucción. Todos los habitantes, desde los niños hasta los más ancianos, despreciaban la palabra de Dios y no querían escuchar consejos de ninguna clase. El corazón de los líderes y del pueblo en general se había llenado de avaricia. Los profetas y los sacerdotes se habían convertido en una retahíla de farsantes. La nación entera actuaba como una prostituta desvergonzada que, en vez de cobrar por sus caricias, ella corría desesperada y les pagaba a sus amantes para fornicar con ellos.
Sin embargo, Dios, con el corazón lleno de amor y misericordia, le decía tiernamente a su pueblo que se arrepintiera de sus malos caminos y regresara al abrazo perdonador de su Creador. Pero la nación, contumaz y rebelde, mordió una y otra vez la mano del Señor que los alimentaba y los protegía, rechazó la exhortación de los profetas y persistió en sus vicios y su conducta disoluta.
La noticia prominente para hoy es: Dios te ama intensamente y anhela tu regreso a casa. El famoso teólogo alemán, Martín Lutero, dijo: «La capacidad limitada del corazón humano no logra comprender la profundidad insondable y el celo ardiente del amor de Dios para con nosotros». A Dios no le importó morir con tal de abrazarte, besarte y perdonarte. Te animo a que te levantes y regreses al abrazo de tu Padre hoy mismo.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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