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VERDUGOS EJECUTADOS


«Isaías, hijo de Amoz, recibió el siguiente mensaje acerca de la destrucción de Babilonia» (Is 13:1 NTV).

A Nabucodonosor, rey de Babilonia, Dios lo llamó «mi siervo» (Jer 27:6), porque fue el encargado de ejecutar sus juicios contra su pueblo. Nabucodonosor invadió todo el territorio de Judá y sitió en tres ocasiones a la ciudad de Jerusalén, llevándose una cantidad enorme de cautivos y saqueando sus tesoros por completo. Pero los babilonios no se comportaron nada respetuosos ni compasivos con los habitantes del país, por el contrario, trataron a los judíos con mucha prepotencia y crueldad. De tal manera que, engolosinados por sus conquistas, no glorificaron a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron atribuyéndose a ellos mismos el crédito de sus triunfos.
A Dios le desagradó por completo la arrogancia de los caldeos y prometió juzgarlos. El «Día del Señor», el día terrible de su furia y de su ira feroz se aproximaba, porque Dios ya había incitado a los medos en contra de ellos, estos guerreros poderosos e insobornables marchaban a todo galope contra la tierra de Sinar, para aplastar y humillar a estos malvados y soberbios babilonios. Los medos sembrarían el terror por doquier, ancianos, jóvenes, mujeres y niños serían masacrados sin piedad. Babilonia, el más glorioso de los reinos de la tierra, la flor del orgullo caldeo, sería devastada como Sodoma y Gomorra cuando Dios las destruyó, y nunca más volvería a ser habitada.
Su Alteza Real, Jesús de Nazaret, dijo: «Pues serán tratados de la misma forma en que traten a los demás. El criterio que usen para juzgar a otros es el criterio con el que se les juzgará a ustedes» (Mt 7:2 NTV). Así que los babilonios juzgaron a los judíos con una medida ajustada y rigurosa, y de esa manera Dios también los juzgó a ellos. Jesús nos enseñó que seamos misericordiosos como también nuestro Padre es misericordioso (Lc 6:36), pues es una ley universal: ¡El que siembra misericordia, cosechará misericordia!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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