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TRANSFORMACIÓN


«Vengan ahora. Vamos a resolver este asunto —dice el Señor—. Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana» (Is 1:18 NTV).

El profeta Isaías ejerció su ministerio profético en Judá y Jerusalén, durante los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías (del 792 al 686 a. C.). El pueblo de Juda atravesaba por el nadir espiritual y moral de su historia. Los gobernantes, el clero y el pueblo en general, se habían entregado por completo a la injusticia y la maldad. La ciudad de Jerusalén, que otrora había sido ejemplo de justicia y rectitud para las naciones, ahora se había llenado de asesinos y actuaba como una prostituta, no había nada sano en la sociedad judía de ese tiempo, ni en el palacio, ni en el templo, ni en los hogares.
Judá había desconocido totalmente a su Señor y no había reconocido los cuidados que había dispensado a su favor. La nación se había vuelto adicta al pecado y a la maldad, porque despreciaron y le dieron la espalda a YHWH. El país estaba en ruinas y sus ciudades incendiadas. Los pueblos vecinos saqueaban y destruyían los campos a gusto y antojo, sin nadie que los defienda. La condición moral de la ciudad era tan decadente, que el profeta la compara con el extravío espiritual de Sodoma y Gomorra. Los sacrificios, las ofrendas y los festivales le daban asco a Dios, le eran completamente repulsivos.
La profesión del profeta siempre ha sido noble porque consiste en declarar la Palabra de Dios con fidelidad, pero ingrata porque tiene que denunciar el pecado con autoridad. Dios quería restaurar la situación de superioridad de Jerusalén dándole buenos jueces y consejeros sabios, para que sea llamada «Centro de Justicia» y «Ciudad Fiel» nuevamente. Pero, como primera medida, había que resolver el gravísimo problema de sus pecados, que el profeta les da una coloración escarlata y rojo carmesí. Ahora bien, si ellos se arrepentían y confesaban sus pecados, entonces Dios, que es grande en amor y misericordia, le tornaría la pigmentación oscura a un color blanco como la nieve y la lana.
La noticia prominente para hoy es que hay salvación y esperanza para el pecador, porque la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, te limpia de todo pecado. Si te arrepientes y le confiesas tus pecados a Dios, Él te perdona al instante y te hace una nueva criatura. Literalmente, todas las cosas viejas pertenecerán al pasado y una vida plena y abundante te dará como regalo por la eternidad.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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