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«Tu palabra es una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino» (Salmo 119:105 NTV).

El Salmo 119 es un bellísimo poema acróstico hebreo que exalta la magnificencia de Dios y la sabiduría de su Palabra. La mayoría de los eruditos bíblicos le atribuyen la autoría de este maravilloso cántico al rey David, el cual fue escrito en el transcurso de su vida. Este Salmo está compuesto por veintidós estrofas, una para cada letra del Alefato Hebreo en forma consecutiva. Cada estrofa contiene ocho versículos y cada línea en dicha sección comienza con esa letra que se menciona en el encabezamiento.
Ya que este Salmo está dedicado a glorificar a Dios y su Palabra, menciona la Escritura una y otra vez. El salmista utiliza varios sinónimos de las Escrituras, tales como enseñanzas, mandamientos, decretos, ordenanzas, consejos y promesas. Los masoretas dijeron que la Palabra de Dios es mencionada en cada verso, excepto en el 122, pero hay quienes también creen que no se menciona en los versos 84, 90, 121 y 132. Así que la ley del Señor es aludida con alguno de sus sinónimos en al menos 171 de los 176 versículos.
El salmista no escatima palabras para realzar las bondades de la palabra escrita de Dios. Él se declara como el fan número uno de la ley y dice que la ama con todo su corazón, la estudia con ahínco, la prefiere antes que a las riquezas y la considera dulce como la miel. Afirma que su sabiduría es como una luz, que guía correctamente al peregrino y le alumbra el sendero al éxito en la vida, con una garantía de efectividad del cien por ciento. Les dejo con el consejo de uno de los predicadores más grandes de la historia: «Mis hermanos y hermanas que conocen al Señor, les ruego que estudien la Palabra de Dios muy profundamente» (Charles Spurgeon).
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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