PLENITUD DE VIDA
"Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38).
Jesús de Nazaret ha sido el único ser humano en la historia que disfrutó a plenitud la vida, porque no bajó del cielo para hacer lo que quisiera, sino para obedecer a Dios su Padre. Hacer la voluntad de Dios, involucró todos los aspectos de su vida: familia, agenda, enseñanzas, milagros, flagelación, crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos.
Así que, por la voluntad de Dios, su nacimiento ocurrió en Belén y no en Jerusalén, fue acostado en un pesebre y no en una cama suave de algodón, él y su familia vivieron al borde de la pobreza extrema y no en la abundancia y las riquezas de un palacio, y, finalmente, en vez de recibir una corona de diamantes y ser sentado sobre un trono, fue coronado con espinas y clavado en una cruz. ¡Ese fue el plan maravilloso de Dios para su Hijo Jesucristo!
La primera de "Las cuatro leyes espirituales", aquel folleto evangelístico creado en 1952 por Bill Bright, fundador de la organización Campus Crusade for Christ, dice: "Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida". Eso es muy cierto, pues el plan de Dios para cada uno de sus hijos es único, bendito y con propósito extraordinario para bendición de todo el mund. Por su parte, C. S. Lewis, dijo: "Cuanto más dejamos que Dios tome el control sobre nosotros, nos volvemos más auténticos, porque fue Él quien nos hizo".
Tú, por más creativo que seas y por mucho que te esfuerces, jamás podrás diseñar un mejor plan para tu vida, que aquel que Dios te dibujó desde antes de la fundación del mundo. Jesús tenía toda la sabiduría y el poder para delinear su paso por el mundo, pero no lo hizo. Jesús confió en el plan de vida de su Padre, hecho con sabiduría, bondad y creatividad, se esmeró en conocer ese plan leyendo las Escrituras y decidió obedecerlo al pie de la letra. De esta manera, Jesús se convirtió en el hombre más exitoso del planeta. Gracias a su obediencia, hoy gozamos del perdón de nuestros pecados y de la plenitud de la vida eterna.
-Carlos H. Suárez
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