JESUCRISTO: EL MODELO PERFECTO DE OBEDIENCIA
✝️JESUCRISTO: EL MODELO PERFECTO DE OBEDIENCIA
«Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo» (Juan 12:49 NVI).
Cuando Jesús de Nazaret se encarnó, renunció voluntariamente a sus privilegios divinos y se dispuso a cumplir, sin desviarse un ápice, el propósito perfecto de su Padre celestial. Su vida fue la encarnación visible de la voluntad divina: cada palabra que pronunciaba y cada acción que realizaba estaban alineadas con el plan eterno de Dios. Jesús vivió con la firme determinación de hacer únicamente lo que el Padre le mandaba, sin buscar jamás su propio interés ni gloria personal.
Esta disposición total a obedecer a Dios se reflejaba en dos disciplinas espirituales esenciales que marcaron profundamente su ministerio: la meditación en la Torá y la oración constante. Jesús no solo enseñaba sobre la importancia de la comunión con el Padre, sino que la practicaba a diario. Se retiraba a lugares solitarios para orar (Lucas 5:16), dedicando largas horas a conversar con su Padre, buscando dirección, fortaleza y renovación espiritual. En la Palabra encontraba el alimento que fortalecía su fe humana; en la oración, el poder para perseverar en medio de la oposición y la cruz que lo esperaba.
La escritora cristiana Eugenia Price lo expresó con palabras profundas: «Solo en Jesucristo puedo conocer a Dios. Él es la verdad acerca de Dios. Jesucristo fue Dios viviendo dentro del meollo de la historia humana. Jesucristo ha llegado a ser nuestra definición de Dios. Jesucristo es Dios dándonos una explicación total de Sí mismo».
Estas palabras resumen la verdad más sublime del Evangelio: Jesús no solo habló de Dios; Él es Dios hecho carne, revelando de manera perfecta el carácter, la misericordia, la justicia y el amor del Padre. Quien mira a Cristo, ve a Dios mismo actuando en la historia humana con compasión y propósito. El apóstol Juan afirmó: «El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).
Jesús es, sin duda, el modelo supremo de una vida fructífera y plena, porque vivió enteramente sometido a la voluntad de Dios. Desde su niñez, cuando dijo: «En los negocios de mi Padre me es necesario estar» (Lucas 2:49), hasta su agonía en Getsemaní, cuando oró: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), Jesús demostró una obediencia total, inquebrantable y amorosa. Su pasión por cumplir el plan divino lo llevó hasta la cruz del Calvario, donde entregó su vida como sacrificio perfecto por nuestros pecados.
Por eso, Jesucristo es el ejemplo supremo de obediencia, humildad y fe. Seguir sus pasos significa cultivar una vida centrada en la Palabra y sostenida por la oración; significa aprender a decir, como Él, «hágase tu voluntad». Solo así podremos vivir de manera fructífera, reflejando el carácter de Cristo en un mundo que ha olvidado el significado de la verdadera devoción.
Hoy puedes acercarte a Él con plena confianza, porque Jesús no solo mostró el camino: Él mismo es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). No hay acceso al Padre fuera de su mediación amorosa. Por eso, te pregunto con ternura y urgencia: ¿Cómo está tu relación con Dios? ¿Has recibido el perdón y la salvación que solo Jesús puede otorgar?
Oro para que la lectura de esta reflexión te lleve a los pies de Cristo, el único Nombre bajo el cielo dado a los hombres en el que podemos ser salvos (Hechos 4:12). Él es el Dios hecho hombre, el Hijo obediente, el Salvador que transforma vidas y otorga vida eterna.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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