UN PUEBLO UNIDO
UN PUEBLO UNIDO
«Entonces los hombres de Rubén, de Gad y de la media tribu de Manasés dejaron al resto del pueblo de Israel en Silo, en la tierra de Canaán. Emprendieron el viaje de regreso a su propia tierra de Galaad, el territorio que les pertenecía de acuerdo con el mandato que el Señor había dado por medio de Moisés» (Jos 22:9 NTV).
La tribu de Rubén, la tribu de Gad y la media tribu de Manasés fueron las primeras en recibir su herencia en la Tierra Prometida. Moisés les asignó las fértiles regiones de Galaad y Basán, al oriente del río Jordán. Sin embargo, aunque ya tenían asegurada su posesión, los hombres de estas tribus no se conformaron con quedarse allí. Dejaron a sus mujeres, hijos y ganado bien resguardados y se unieron a sus hermanos en la guerra contra los cananeos. Lucharon con valentía hasta que toda la tierra fue conquistada y repartida.
Antes de partir, Moisés les dio instrucciones claras: debían obedecer los mandamientos del Señor, seguir las órdenes de Josué y no desentenderse de las demás tribus. Ahora que Dios les había dado la victoria y la tierra disfrutaba de paz, era el momento de regresar a sus hogares y disfrutar de la herencia que el Señor les había concedido.
Antes de su regreso al otro lado del Jordán, Josué les reiteró el sabio consejo que Moisés les había dado antes de morir: «Amen al Señor su Dios, sigan todos sus caminos, obedezcan sus mandamientos, manténganse firmes en Él y sírvanlo con todo el corazón y con toda el alma» (Jos. 22:5).
Este principio fundamental sigue siendo válido: si el pueblo de Dios obedece sus mandamientos, disfrutará de vida, bendición y victoria. Israel era invencible cuando vivía conforme al libro de la Ley. Aunque todos los reyes del mundo se hubieran confabulado en su contra, el pueblo del Señor los habría derrotado, porque Dios mismo peleaba por ellos.
Existe un antiguo refrán que dice: «Una mano lava la otra, y entre las dos se lava la cara». Esta verdad se reflejó en la conquista de Canaán: las nueve tribus y media del oeste ayudaron a las dos tribus y media del este, y juntas aseguraron la victoria. Asimismo, se cumplió otro sabio proverbio: «Una alegría compartida se multiplica; una pena compartida se divide». En este relato bíblico, vemos que la cooperación y la unidad traen bendición, lo cual es un reflejo del mismo carácter de Dios.
La noticia prominente es que Dios se regocija cuando te ve animando, apoyando y trabajando junto a tus hermanos en los proyectos de su reino. Sus dones y talentos no te fueron dados para tu propio beneficio, sino para edificar a toda la comunidad cristiana. La noche en que fue entregado, Jesús no oró por nuestra felicidad individual, sino por nuestra unidad: «Padre santo, cuida en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno, así como nosotros» (Jn 17:11). Que este mensaje nos inspire a caminar juntos, a sostenernos mutuamente y a trabajar unidos en la gran obra de Dios.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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