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¡SALVOS POR GRACIA!

¡SALVOS POR GRACIA!

«Recuerda siempre que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te rescató de la esclavitud. Es por eso que te doy ese mandato» (Dt 24:18 NTV).

La frase «Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto» se repite al menos cinco veces en diferentes contextos en el libro de Deuteronomio. Esta repetición no es casual, sino un recordatorio constante de la historia del pueblo de Israel y de la intervención divina en su liberación. Los israelitas vivieron en Egipto durante 430 años y, desde la muerte de José, fueron sometidos a esclavitud (Éx 12:40-41). Su liberación no habría sido posible sin la intervención amorosa y poderosa de Dios.

Israel, por sus propios medios, nunca habría podido escapar de la opresión egipcia debido a varios factores: el dominio absoluto del faraón y la maquinaria imperial de Egipto, la carencia de recursos, la desigualdad de fuerzas militares, la debilidad física y emocional provocada por años de esclavitud, y la falta de liderazgo y unidad para organizar una rebelión exitosa. Sin embargo, Dios, en Su soberanía, levantó a Moisés y Aarón como líderes y obró milagros extraordinarios, demostrando Su poder sobre el faraón y sobre los dioses de Egipto. Así, Israel no solo fue liberado, sino que también fue testigo del amor, la justicia y la fidelidad de Dios.

A pesar de ser el pueblo escogido, Israel no tenía méritos propios que justificaran su elección como el tesoro especial del Señor. La narrativa bíblica presenta un cuadro desfavorable de su condición física, moral y espiritual. Eran un pueblo pequeño, vulnerable, rebelde, obstinado, impaciente, temeroso e ingrato. No obstante, Dios los amó y los eligió, no por lo que eran, sino por Su gracia y fidelidad a las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob (Gn 12:1-3). Abraham halló gracia ante Dios, y esa gracia se extendió a sus descendientes. Su elección no fue un privilegio egoísta, sino un llamado a reflejar la gloria de Dios y ser luz para las naciones.

Israel no era superior a los egipcios ni a los cananeos; como toda la humanidad, estaba destituido de la gloria de Dios y merecía Su juicio. Pero Dios, en Su amor, los escogió y los rescató de la esclavitud. Por esta razón, su respuesta debía ser de gratitud y humildad. Debían vivir con justicia, equidad y compasión, recordando que ellos también fueron oprimidos y que Dios los libró. Las leyes dadas por el Señor establecieron que debían tratar con misericordia a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas, reflejando el carácter de Dios en su vida cotidiana. Así, la gracia que experimentaron en Egipto debía convertirse en el fundamento de su ética social y espiritual: amar a Dios con todo su ser y al prójimo como a sí mismos.

Desde Adán hasta hoy, la salvación siempre ha sido un regalo divino, una bendición otorgada por gracia y no por méritos humanos. El teólogo alemán Helmut Thielicke, al reflexionar sobre el amor incondicional de Dios, escribió: «Este Dios distante se ha acercado a ti con un amor incomprensible. Cuando no podías alcanzarlo a Él, Él te alcanzó a ti. Cuando no podías buscarlo a Él, Él te encontró a ti. Cuando lo perseguías a Él, Él te amaba a ti».

Así como Dios amó y rescató a Israel de la esclavitud en Egipto, también te ama y desea liberarte de la esclavitud del pecado. No importa cuál sea tu pasado ni cuán lejos creas estar de Dios; Su gracia está disponible para ti. La Biblia declara que Dios tiene planes maravillosos para tu vida. No quiere verte vagando en la oscuridad sin esperanza. Por eso, envió a Su Hijo Jesucristo a morir en la cruz por ti. Cree en Él, entrégale tu vida y serás salvo.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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