¡HOY NO ME HE ENOJADO!
¡HOY NO ME HE ENOJADO!
«La respuesta apacible desvía el enojo, pero las palabras ásperas encienden los ánimos» (Pr 15:1 NTV).
El enojo es una emoción muy común entre los seres humanos que varía en intensidad, desde una irritación leve hasta una furia intensa. Es un pésimo consejero, pues ofusca la mente, acelera la respiración, altera el equilibrio natural del cuerpo, provoca jaquecas, nos hace vociferar y nos empuja a tomar muy malas decisiones. Enojarse es inútil y no soluciona nada. Ralph Waldo Emerson dijo: «Cada minuto que estás enojado renuncias a sesenta segundos de paz mental».
El apóstol Pablo aconsejó a los efesios: «Airaos, pero no pequéis». Sin embargo, en mi caso, ese consejo no funcionó porque siempre que me enojo, peco. Debido a mi temperamento impaciente e irascible, mi corazón es terreno fértil para que aflore el enojo, el cual muchas veces se manifiesta con actitudes negativas y palabras hirientes, que me han hecho perder la tranquilidad y a buenos amigos. Con justa razón, Mark Twain dijo: «El enojo es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena que a cualquier cosa en la que se vierte».
El psicólogo estadounidense Wayne Dyer dijo: «El enojo es una elección y un hábito», por lo que ninguna persona debe sufrirlo toda la vida. En mi caso, por la bendita gracia de Dios, ¡hoy no me he enojado! Como solía decir Benjamín Franklin: «Siempre tendremos razones para estar enfadados, pero esas razones rara vez serán buenas».
Finalmente, estoy convencido de que ningún creyente debe ser esclavo del enojo, «porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti 1:7). Por lo tanto, dejemos de enfadarnos —por todo, por nada y porque sí—; más bien, permitamos que el Espíritu Santo nos transforme a la imagen de Cristo, para que tratemos tierna y amablemente a todos, respondiendo sabia y apaciblemente a cualquier provocación. Eso es actuar con sabiduría que agrada al Señor.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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