VIDA, BENDICIÓN Y VICTORIA
«La orgullosa ciudad de Samaria, la corona gloriosa de los borrachos de Israel, será pisoteada bajo los pies de sus enemigos» (Is 28:3 NTV).
Para Isaías, hijo de Amoz, fue un gran honor haber sido llamado para ser un profeta del Señor, pero cumplir fielmente con ese ministerio significaba un compromiso de vida o muerte. Isaías debía declarar la Palabra de Dios sin ambages, aunque esta labor podía escandalizar y/o encolerizar a los destinatarios. En nuestra reflexión de hoy, nos referiremos a las fatídicas palabras que Dios le encomendó que su siervo le dirigiera a la ciudad de Samaria, capital del reino de Israel.
En primer lugar, el profeta menciona que la ciudad padece de una terrible enfermedad espiritual, es «orgullosa». La ciudad de Samaria era una metrópoli asentada a la cabeza de un valle fértil, en la parte central del reino de Israel. Samaria se extendía desde el mar Mediterráneo hasta el valle del Jordán, incluyendo el Monte Carmelo y el Valle de Sarón. Por lo tanto, debido a su importancia política, su trascendencia histórica y su belleza geográfica, Samaria tenía muchas razones para sentirse «orgullosa».
En segundo lugar, Isaías dice que Samaria es la corona de los «borrachos» del país. Por desgracia, Samaria estaba gobernada por ebrios que caminaban dando tumbos y tambaleándose por causa del alcohol. Sus sacerdotes y profetas eran beodos empedernidos a quienes el vino los había perdido del todo. Recibían sus visiones y emitían sus juicios completamente bebidos. Sus reuniones eran escandalosas, pues sus mesas quedaban cubiertas de vómito y sus orines y excrementos regados por todas partes.
En tercer lugar, el siervo de YHWH les proclama a los samaritanos que sus archienemigos asirios los van a pisotear. Después de un terrorífico asedio de tres años, los asirios conquistaron finalmente Samaria en el 722 a. C. La ciudad de Samaria fue saqueada y los israelitas fueron expulsados y esparcidos entre las naciones hasta hoy. El amor de Dios no tiene límites, pero su paciencia sí; después de siglos de clarísimas advertencias, el justo juicio de Dios se ejecutó sobre su pueblo.
Ahora bien, si Dios no dejó sin castigo a su pueblo a quien amaba como a la niña de sus ojos, ¿qué te hace pensar que pasará por alto tu desobediencia? Él no lo hará. Por eso ha puesto esta reflexión delante de ti, para que te arrepientas de todos tus vicios y pecados y te vuelvas a Él. Cree en Jesús con todo tu corazón y Dios te dará vida, bendición y victoria para siempre.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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