Youtube

VIVIR DESDE LA CRUZ

✝️ VIVIR DESDE LA CRUZ

«Mi antiguo yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Así que vivo en este cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20 NTV).

En el momento de mi conversión —mi verdadero y glorioso nuevo nacimiento espiritual—, el Espíritu Santo me unió de manera misteriosa, profunda y real a la pasión de Cristo. Esto significa que fui bautizado (o «sumergido») en su muerte, en su sepultura y en su resurrección victoriosa. Desde ese instante, quedé identificado con Cristo en todo lo que Él hizo por mí. Por lo tanto, soy justificado —declaredo justo, perdonado y reconciliado con Dios— únicamente por la gracia divina, al haber puesto mi fe en la obra vicaria y perfecta del Señor Jesucristo, y no por intentar ganar méritos cumpliendo las obras de la ley o esforzándome por agradar a Dios en mis propias fuerzas.

Ahora bien, si realmente he sido crucificado con Cristo, entonces la sentencia de muerte que pesaba sobre mi vida antigua ya fue ejecutada. Estoy muerto al mundo, muerto al pecado, muerto a la esclavitud de mi carne y a las pasiones que antes me dominaban. La Biblia enseña que ya no debo responder a los estímulos pecaminosos que batallan contra mi alma; debo considerarme muerto a ellos, del mismo modo en que un cadáver no siente apetitos, no reacciona ni responde. Esa es la postura que debo adoptar frente a las tentaciones que una vez me sedujeron.

Pero la vida cristiana no es solo una muerte al «yo» antiguo; es también el surgimiento de una vida nueva. La vida resucitada de Cristo —la que recibí por la fe en su victoria sobre la tumba— debe aflorar, crecer, madurar y dar mucho fruto en mí. ¿Cómo ocurre esto? A través de una rendición diaria al señorío de Cristo y una disciplina constante en la meditación de la Palabra. La Biblia renueva mi mente, limpia mis pensamientos, orienta mis emociones y moldea mis decisiones, hasta que Cristo sea formado plenamente en mí. Cuanto más permito que la Palabra inunde mi corazón, más evidente será la plenitud de la vida de Cristo manifestándose en mis palabras, actitudes y acciones.

Una vida llena del Espíritu Santo no es un concepto místico o complicado: es simplemente un creyente que piensa como Cristo, habla como Cristo y actúa como Cristo. De hecho, el término «cristiano» significa exactamente eso: un pequeño Cristo, alguien que refleja el carácter del Hijo de Dios. La santificación es ese proceso continuo mediante el cual el Espíritu Santo replica en mí las virtudes de Jesús: su mansedumbre, su compasión, su paciencia, su valentía, su pureza, su amor sacrificial y su obediencia al Padre. Cuando esto sucede, quienes conviven conmigo no ven solo mis esfuerzos, sino a Cristo mismo viviendo a través de mí.

Esta unión espiritual con Cristo comienza con un único paso decisivo: creer en Jesús como mi Salvador personal. No se trata simplemente de asistir a una iglesia, poseer una Biblia o contribuir con mis ofrendas. Todas estas cosas son buenas y tienen su lugar, pero ninguna de ellas puede producir vida eterna. Puedo hacerlas todas, y aun así estar muerto en mis delitos y pecados si no he nacido de nuevo por la fe en Cristo.

Por eso, una vez más, te animo de todo corazón: cree en Jesús y confiesa su nombre como tu Salvador. Solo así experimentarás la salvación verdadera, recibirás el don precioso del Espíritu Santo y disfrutarás del regalo incomparable de la vida eterna. Nada en este mundo puede igualar ese milagro. Cristo lo hizo todo, ahora solo falta que tú creas.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.