AGUIJONES QUE TRANSFORMAN EL ALMA
AGUIJONES QUE TRANSFORMAN EL ALMA
«Y me ha dicho: "Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad". Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Corintios 12:9 RV95).
Al inicio de su ministerio, Pablo tuvo una experiencia celestial indescriptible: fue llevado al tercer cielo, al paraíso mismo, donde contempló y escuchó realidades tan sublimes que la lengua humana resulta insuficiente para expresarlas. Aquella revelación gloriosa no solo confirmó su llamado, sino que marcó profundamente su vida espiritual. Sin embargo, semejante privilegio también implicaba un riesgo: la tentación de la soberbia. La visión, tan extraordinaria como edificante, se convirtió en una debilidad latente, capaz de inflar su ego y desviarlo de la humildad que caracteriza a los verdaderos siervos de Dios.
Por esta razón, el Señor permitió que el enemigo lo hiriera con una «espina en la carne»: un aguijón vergonzoso, incómodo, persistente y profundamente doloroso. Pablo oró tres veces pidiendo ser librado, creyendo que sin ese estorbo podría servir mejor. Pero Dios, en vez de quitarle el problema, le dio una respuesta eterna: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». A veces, la respuesta divina no elimina aquello que nos aflige, pero revela la grandeza de Su propósito.
Conviene recordar que fue Satanás, y no Cristo, quien ofreció los reinos del mundo y su gloria. Jesús rechazó ese camino de poder y fama, y lo mismo deben hacer Sus siervos. Un ministro orgulloso es como una lámpara sin aceite: puede tener forma, pero no ilumina. Sin embargo, muchos creyentes modernos no se conforman con la gracia suficiente del Señor; anhelan también el aplauso, el prestigio y los «reinos» temporales que el mundo ofrece.
Pero así como un fondo oscuro hace que el oro resplandezca más intensamente, la fragilidad humana es el lienzo perfecto donde se revela el poder transformador de Dios. La vanidad, la soberbia y la autosuficiencia son enemigos silenciosos del crecimiento espiritual; secan el alma y contaminan el ministerio. En contraste, las debilidades, cuando son sometidas a Cristo, se convierten en instrumentos para reflejar Su gloria. Por eso, mientras los llamados «súper apóstoles» del primer siglo presumían de sus capacidades, el apóstol Pablo se gloriaba únicamente en aquello que mostraba que él no era suficiente… pero Dios sí. Insultos, privaciones, persecuciones y dificultades eran para él oportunidades para experimentar, una y otra vez, la fuerza del Señor sosteniéndolo.
Porque cuando el siervo de Dios es débil, entonces verdaderamente es fuerte, no por virtud propia, sino porque el poder divino encuentra espacio para manifestarse sin estorbos.
Por lo tanto, querido hermano, te animo a servir al Señor con espíritu humilde, sin quejas ni vanaglorias. No pienses que el evangelio brillará más por tu elocuencia, tus recursos, tus talentos, tu carisma o tu salud. La obra de Dios no depende de tus capacidades, sino de tu dependencia. Agradece, incluso, por esos «aguijones» oportunos que el Señor permite que piquen tu orgullo. Aunque incómodos, son herramientas divinas para mantenerte sobrio, humano, dócil y profundamente dependiente de Su gracia.
Esos aguijones te hacen más humilde, más sensible, más real… y, sobre todo, más parecido a Jesús de Nazaret, quien siendo Rey se hizo siervo, y siendo fuerte se hizo débil para salvarnos.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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