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LA APOSTASÍA Y EL HOMBRE DE PECADO

👞 LA APOSTASÍA Y EL HOMBRE DE PECADO

«Que nadie os engañe en ninguna manera, porque no vendrá sin que primero venga la apostasía y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se exalta sobre todo lo que se llama dios o es objeto de culto, de manera que se sienta en el templo de Dios, presentándose como si fuera Dios» (2 Tesalonicenses 2:3-4 LBLA).

La segunda venida de Cristo en gloria —conocida en las Escrituras como la parusía— no acontecerá de manera repentina ni desprovista de señales previas. El apóstol Pablo enseña con claridad que este glorioso evento será precedido por dos hechos decisivos: la apostasía —es decir, el abandono consciente y generalizado de la verdad por parte de quienes profesan fe— y la manifestación del hombre de pecado (2 Tesalonicenses 2:3).

Este «hombre de pecado» es identificado como el último gran gobernante gentil del sistema mundial, anticipado proféticamente en la visión de Daniel 7. Se trata de una figura histórica futura que surgirá en el escenario global al inicio del llamado «Día del Señor», un período de juicio y confrontación divina que precede directamente a la parusía de Cristo. Durante ese tiempo, Jerusalén continuará siendo hollada «por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan» (Lucas 21:24), señalando el clímax del dominio humano rebelde antes de la intervención soberana de Dios.

La Escritura también describe a este personaje como el hombre de maldad, comúnmente conocido como el Anticristo. Estará investido de un poder satánico extraordinario, respaldado por señales engañosas y una capacidad persuasiva sin precedentes. Su personalidad será profundamente carismática; hablará con elocuencia, hará promesas grandilocuentes y ofrecerá supuestas soluciones brillantes a los complejos problemas del mundo: crisis políticas, económicas, sociales y espirituales. Sin embargo, todo su discurso será un sofisticado engaño. Bajo una apariencia de paz y progreso, conducirá a la humanidad hacia una rebelión abierta contra Dios.

Este Inicuo no tolerará ningún culto que no esté dirigido exclusivamente a su persona. Se opondrá con violencia y determinación a toda forma de adoración verdadera. En el punto culminante de su soberbia, se sentará en el templo de Dios, proclamándose a sí mismo como Dios y exigiendo adoración (2 Tesalonicenses 2:4). El contraste con Cristo no podría ser más dramático: mientras Jesús se humilló hasta lo sumo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, el Anticristo se exaltará hasta lo sumo, encarnando la expresión más extrema del orgullo humano. Así se convertirá en el rey gentil más cruel, blasfemo y arrogante de toda la historia.

El sufrimiento que experimentaban los creyentes de Tesalónica, al que Pablo hace referencia, era apenas un anticipo de la gran persecución que este hombre de pecado desatará contra los santos en los días finales. Será un tiempo de presión espiritual sin precedentes, en el que la fe genuina será probada y la fidelidad a Cristo tendrá un alto costo.

Mientras tanto, el pecado y la maldad continúan incrementándose de forma alarmante a lo largo de la historia. La degradación moral, la confusión espiritual y el rechazo sistemático de la verdad revelada parecen preparar el terreno para un sistema global que abraza la mentira. No es descabellado pensar que la humanidad se esté acercando progresivamente al escenario profético de un nuevo orden mundial encabezado por este Inicuo.

Ante esta realidad, surge la pregunta más crucial de todas: ¿te irás con Jesucristo o permanecerás con el Anticristo? No existe una neutralidad posible. La decisión es personal, urgente y eterna. Si no tienes la seguridad de pertenecer a Cristo, hoy es el día oportuno para arrepentirte, creer en el evangelio y recibir a Jesús como tu Salvador y Señor. Solo Él ofrece perdón, vida eterna y una esperanza gloriosa más allá del juicio venidero.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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