INVIRTIENDO EN LO QUE CUENTA PARA LA ETERNIDAD
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«Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58 RV95).
Pablo concluye su epístola exhortando a los creyentes de Corinto a permanecer firmes, constantes e inamovibles en la fe de Jesucristo, avanzando siempre en la obra del Señor con dedicación creciente. Corinto era una ciudad vibrante y próspera, un importante centro comercial del mundo antiguo; pero su esplendor material contrastaba con su profunda decadencia moral. En ese contexto, el trabajo evangelístico era inmenso, urgente e indispensable. No había tiempo para distracciones, sectarismos ni debates inútiles. El campo espiritual estaba «blanco para la siega»; la cosecha estaba lista y debía recogerse con diligencia antes de que se perdiera.
Agustín de Hipona expresó una oración desafiante y contracultural: «Señor, si mis planes no son tus planes, destrúyelos». Con ello declaraba que no quería invertir ni un solo segundo de su existencia en proyectos que no estuvieran alineados con la voluntad de Dios. Comprendía que la vida es demasiado breve y preciosa para malgastarla en metas sin trascendencia eterna. Predicar el evangelio a toda criatura es la Gran Comisión, el corazón del propósito de Cristo para su Iglesia. Dios anhela que todos sepan que Él los ama, que envió a su Hijo a morir por sus pecados y que hoy extiende gracia, perdón y vida nueva a quienes creen.
Por eso, todo esfuerzo, toda inversión y todo sacrificio dedicado a la evangelización jamás será en vano. Cada palabra de ánimo, cada gesto de amor, cada oración pronunciada en favor de un alma perdida repercute en la eternidad. Servir en la obra misionera —sea predicando, discipulando, orando o sosteniendo la obra con generosidad— siempre es agradable a Dios y encaja perfectamente en sus planes soberanos.
Ahora bien, es necesario detenerse y reflexionar: ¿en qué estás invirtiendo tu vida, tu tiempo, tus talentos y tus recursos? ¿En tus propios planes o en los planes del Señor? La Escritura nos recuerda que «el mundo y sus deseos pasan, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre». Vale la pena vivir para lo que no se desvanece.
Por ello, esfuérzate en tu servicio a Dios. No temas ni desmayes. El Señor está contigo: Él te fortalece, te sostiene con su mano poderosa y hace prosperar tu labor en su obra. Nunca olvides que aquello que haces para Cristo —aun cuando parezca pequeño o invisible— dará fruto abundante en su tiempo.
Corrie ten Boom lo expresó con profunda sensibilidad: «Cuando llegue al cielo, lo que más anhelo después de ver el rostro de mi Señor será ver el rostro de aquellos a quienes les hablé de Cristo». Y tú, ¿a quiénes anhelarás ver en la gloria? Que tu vida hoy siembre para que mañana haya gozo eterno.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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