EL CAMINO MÁS EXCELENTE
💟 EL CAMINO MÁS EXCELENTE
«El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa» (1 Corintios 13:4-7 NTV).
Los creyentes de Corinto estaban profundamente fascinados por los dones espirituales, en especial por el don de lenguas. Consideraban que la diversidad de dones manifestados en los servicios públicos de la iglesia era evidencia de que ya habían alcanzado la plenitud del Espíritu y que, de algún modo, estaban reinando en gloria anticipada. Sin embargo, el apóstol Pablo los confronta con firmeza y ternura pastoral. Él corrige su percepción equivocada, enseñándoles que, aunque los dones espirituales son valiosos y necesarios para el crecimiento integral de la iglesia, existe un camino infinitamente superior: el amor.
Pablo aclara que el amor no es un don extraordinario reservado para algunos creyentes, sino un fruto indispensable que debe caracterizar la vida de todos los hijos de Dios. Mientras los hermanos de Corinto ponían un énfasis excesivo en el carisma, Pablo los lleva a mirar hacia el carácter. El ejercicio de un don espiritual desconectado del amor se convierte en un acto vacío, sin peso espiritual, sin propósito y sin valor eterno. La conclusión del apóstol es contundente: una persona puede poseer todos los dones, incluso aquellos más admirados y espectaculares, pero si no tiene amor, no es nada y nada aprovecha. Así de radical es el evangelio.
El culto al Señor no es una pasarela donde se exhiben habilidades ministeriales ni una competencia para medir quién posee los dones más llamativos. La iglesia no es un escenario para demostrar talento, sino una familia espiritual construida sobre el carácter de Cristo. Jesús de Nazaret, nuestro supremo ejemplo, no se destacó por realizar señales impresionantes —aunque ciertamente las hizo—, sino por amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Su vida reflejaba perfectamente el fruto del Espíritu: paciencia, mansedumbre, benignidad, dominio propio, gozo y, en la cúspide de todos ellos, amor.
La iglesia primitiva comprendió esta verdad. «¡Mirad cómo se aman!», decían los incrédulos con asombro, admiración e incluso santa envidia al observar la profunda unidad y solidaridad de los cristianos. No era la elocuencia, ni la capacidad de hacer milagros, ni la diversidad de dones lo que impactaba al mundo, sino la autenticidad del amor que fluía entre ellos. Por eso cabe preguntarse: ¿por qué obsesionarse con los dones cuando existe un camino más excelente, más transformador y más poderoso?
Recordemos que nosotros amamos porque Dios nos amó primero. El apóstol Juan afirma con claridad: quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Si deseas amar genuinamente a tu prójimo, el primer paso no es esforzarte más, sino acudir a la fuente del amor. Debes creer en Jesucristo, experimentar su perdón y permitir que su presencia transforme tu vida desde adentro hacia afuera.
Jesús está tocando hoy a la puerta de tu corazón. Si le abres, Él entrará, cenará contigo y te dará la capacidad de amar de verdad —no con un amor humano limitado, sino con un amor divino, profundo, sacrificial y eterno. Solo entonces podrás vivir el «camino más excelente» que Pablo presentó a aquellos creyentes fascinados por los dones, pero necesitados del amor que lo llena todo y le da sentido a todo.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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