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TRES ANCLAS EN LA TORMENTA: VERDADES QUE SOSTIENEN AL CREYENTE EN LA PRUEBA

⚓TRES ANCLAS EN LA TORMENTA: VERDADES QUE SOSTIENEN AL CREYENTE EN LA PRUEBA

«Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla» (1 Corintios 10:13 DHH).

En este versículo aprendemos tres verdades fundamentales acerca de las pruebas que todos enfrentamos en la vida. El apóstol Pablo, con una sensibilidad pastoral admirable, nos recuerda que las dificultades no son accidentes fortuitos, sino herramientas que Dios utiliza con precisión y amor para moldear nuestro carácter.

En primer lugar, las pruebas son inherentes a la experiencia humana. No deben sorprendernos ni atemorizarnos, porque forman parte del tejido mismo de la vida. La Biblia nunca promete ausencia de dolor, pero sí presencia divina en medio del dolor. Tanto creyentes como incrédulos tenemos que enfrentarlas, pero la diferencia es que los hijos de Dios no las enfrentamos solos. El Señor permite las pruebas como una estrategia eficaz para desarrollar nuestros talentos naturales, revelar nuestras áreas débiles y motivarnos a crecer integralmente: como personas, como creyentes, como vecinos, como profesionales y en cada una de las dimensiones de nuestra existencia. Muchas veces, aquello que parece un obstáculo se convierte en el escenario donde Dios despliega Su gracia de manera más evidente.

En segundo lugar, las pruebas son hechas a la medida. El mismo Dios que nos creó conoce cada fibra de nuestro ser, y jamás permitirá que una prueba sea un milímetro más grande ni un gramo más pesada de lo que podemos soportar con Su ayuda. Él no improvisa ni experimenta con nosotros; actúa con precisión absoluta. Las pruebas son específicas para nuestras fuerzas, recursos, personalidad, historia y propósito. Confiemos en Él: Dios no se equivoca. No asignará mis pruebas a otro, ni me entregará las pruebas de alguien más. Cada dificultad lleva el sello de Su sabiduría y el diseño de Su amor. Él sabe lo que hace; Él sabe por qué lo hace.

En tercer lugar, las pruebas siempre tienen salida. Ninguna tormenta del creyente es eterna, porque Dios, en Su inmenso amor, abre caminos donde nosotros solo vemos muros. La prueba no es un callejón sin salida, sino un puente hacia una versión más madura de nosotros mismos. Él nos ofrece soluciones, escapes, fuerzas renovadas y victorias inesperadas para salir adelante. Por eso debemos confiar y descansar en Él: las pruebas no vienen para destruirnos, sino para fortalecernos, profundizar nuestra fe y capacitarnos para consolar a otros que pasarán por lo mismo.

Este versículo es, sin duda, uno de los más consoladores que los creyentes encontramos en las Sagradas Escrituras. En realidad, no somos los súper atletas de las olimpiadas de la vida; nos parecemos más a los atletas paralímpicos: avanzamos con limitaciones, complejos, debilidades y temores. Pero, tomados de la mano del Dios Todopoderoso, avanzamos con firmeza hacia la vida eterna. Él no nos mide por nuestra fuerza, sino por nuestra dependencia de Su gracia.

Confiemos en Su promesa: sin importar cómo salgamos de la prueba—tal vez cansados, golpeados o tambaleando—Dios no dejará de amarnos ni un ápice, ni nos abandonará en el camino. Su fidelidad no depende de nuestro desempeño, sino de Su carácter. Y eso basta.

¡Aleluya!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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