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UN TROFEO DE LA GRACIA

🏆 UN TROFEO DE LA GRACIA

«Saulo cayó al suelo, y una voz le dijo: —¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? —¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo. —Yo soy Jesús —respondió la voz—. Es a mí a quien estás persiguiendo. Pero levántate y entra en la ciudad, que allí sabrás lo que tienes que hacer» (Hechos 9:4-6 TLA).

El rabino Saulo de Tarso odiaba visceralmente el nombre de Jesús de Nazaret. Su rechazo no era superficial; brotaba desde lo más profundo de su mente formada en la estricta observancia de la Ley. Como Jesús ya había sido crucificado y, según sus discípulos, había resucitado y ascendido al cielo, Saulo volcó su furia contra quienes proclamaban ese mensaje. Perseguía con ferocidad a los miembros de la iglesia, dentro y fuera de Jerusalén, creyendo sinceramente que estaba sofocando una peligrosa herejía que amenazaba la pureza del judaísmo.

La formación bíblica de Saulo estuvo a cargo del gran maestro Gamaliel, uno de los sabios más respetados del Sanedrín. Bajo su tutela, Saulo memorizó la Ley, los Profetas y los Escritos, y aprendió a interpretar las Escrituras con rigor académico. En cuanto a celo y devoción por la religión judía, era famoso, un fariseo sobresaliente entre sus colegas. Su reputación crecía año tras año, y él mismo se gloriaba en sus logros, convencido de que, al perseguir a los cristianos, estaba rindiendo un servicio santo a Dios. Nadie hubiese imaginado que el más ferviente enemigo de Cristo estaba a punto de convertirse en su más apasionado defensor.

Sin embargo, a las afueras de la ciudad de Damasco, ocurrió lo impensable: el Espíritu Santo lo derribó de su soberbia y de su incredulidad. A través de un resplandor más fuerte que el sol y de una voz que lo llamó por su nombre, Saulo se encontró cara a cara con el Cristo resucitado. Aquel encuentro lo transformó de perseguidor en discípulo, de enemigo en siervo. Por primera vez, sus ojos espirituales se abrieron, y comprendió dos verdades fundamentales que marcarían el resto de su vida:

1. que era el peor de los pecadores porque perseguía a la iglesia de Dios (1 Timoteo 1:15), y

2. que Dios, en su gracia eterna, lo había apartado para el ministerio desde el vientre de su madre (Gálatas 1:15).

Esa revelación lo quebrantó profundamente, pero también le dio un propósito absolutamente nuevo.

Después de su conversión, Saulo adoptó el nombre de Pablo, del latín Paulus, que significa «pequeño», reflejando la humildad con la que decidió caminar en adelante. Desde entonces, se dedicó a predicar fervientemente el evangelio de Cristo. Recorrió provincias enteras, evangelizó sin descanso, discipuló nuevos creyentes, debatió con filósofos, sufrió persecuciones, encarcelamientos, naufragios, flagelaciones y toda clase de peligros, todo por amor a su Señor. Fundó iglesias en las principales metrópolis del imperio y consolidó a los nuevos creyentes mediante visitas, oraciones y cartas llenas de profundidad espiritual.

Se le atribuyen trece epístolas del Nuevo Testamento, documentos que siguen moldeando la teología y la vida cristiana siglo tras siglo. Finalmente, terminó sus días siendo decapitado por orden del tirano Nerón, entregando su vida con la misma convicción con la que un día entregó su corazón a Cristo en el camino a Damasco. Hasta hoy, su entrega al servicio del reino inspira a millones de creyentes alrededor del mundo, quienes encuentran en sus escritos dirección, consuelo, exhortación y el llamado a vivir plenamente en la voluntad de Dios.

Y tú, ¿ya eres creyente? Si tu respuesta es negativa, hoy es un día perfecto para reconciliarte con Dios. Te animo a entregar tu vida a Cristo, dejar que Él transforme tu historia como transformó la de Pablo, y servirle con fidelidad y pasión hasta el día en que partas a su presencia.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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