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¡HECHOS 29: LA HISTORIA CONTINÚA!

📖 ¡HECHOS 29: LA HISTORIA CONTINÚA!

«Durante dos años completos permaneció Pablo en la casa que tenía alquilada, y recibía a todos los que iban a verlo. Y predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin impedimento y sin temor alguno» (Hechos 28:30-31 NVI).

El libro que estamos finalizando debería llevar por título «Los magníficos hechos del Espíritu Santo», porque el verdadero protagonista de toda la narrativa no es Pedro, ni Pablo, ni ninguno de los demás apóstoles, sino el Espíritu Santo, quien guía, impulsa, capacita y sostiene cada avance del evangelio. No se trata solo de un registro histórico; es la crónica viva de la acción divina en la Iglesia naciente.

Desde el día glorioso de Pentecostés, cuando ciento veinte discípulos permanecían unánimes en oración en el aposento alto de Jerusalén, el Espíritu Santo desató una obra poderosa que transformó a hombres comunes en valientes testigos. Aquel viento recio y aquellas lenguas como de fuego fueron solo el inicio de un mover que no se detendría jamás. En apenas unas décadas, la fe cristiana pasó de un pequeño círculo de judíos galileos a abrirse paso en ciudades estratégicas del mundo antiguo, confrontando imperios, derribando prejuicios y reconciliando a pueblos antes enemigos.

Treinta y tantos años después de Pentecostés, esa misma obra llegó al corazón del imperio: Roma, la capital del mundo conocido. Allí el evangelio se escuchó entre judíos dispersos, soldados, funcionarios, esclavos y ciudadanos libres. Muchos creyeron, no por la elocuencia humana, sino por el poder del Espíritu Santo que convence, despierta, ilumina y llama.

El relato de Pablo en Roma no fue simplemente el cierre de su «cuarto viaje misionero», sino el desenlace de una travesía providencial que comenzó con su arresto en Jerusalén. Fue acusado injustamente por predicar que la esperanza milenaria de Israel, el Mesías, había venido ya en la persona de Jesús de Nazaret. Los romanos, al investigarlo, no hallaron delito alguno digno de muerte. Sin embargo, debido a su apelación al César, Pablo fue enviado a Roma en un viaje largo y lleno de peligros: un naufragio devastador, vientos contrarios, persecuciones, retrasos, hambres y señales sobrenaturales. Todo ello estaba bajo la sabia dirección del Espíritu Santo, quien abría puertas aun en medio de la adversidad.

Ya en Roma, Pablo siguió proclamando con valentía el reino de Dios, demostrando con la Ley de Moisés, con los Profetas y con los Salmos que Jesús era el Mesías prometido. Enfrentó el politeísmo romano, el culto al emperador y la incredulidad de muchos que consideraban absurda la idea de que el Señor del cielo y de la tierra hubiese nacido de una humilde familia en Belén, crecido en Nazaret, muerto en una cruz romana y resucitado al tercer día. Para un ciudadano romano, aquello parecía mitología judía; para un judío incrédulo, era un tropiezo. Y, sin embargo, muchos aceptaron ese mensaje que humanamente parecía ridículo. ¿Por qué? Porque Pablo predicaba bajo la autoridad de Cristo, en el poder del Espíritu Santo y dejando los resultados en manos de Dios. La conversión jamás es logro del predicador, sino un milagro del Espíritu.

Ese mismo Espíritu Santo sigue obrando hoy con la misma fuerza y propósito:

1. Convenciendo a los incrédulos de pecado, de justicia y de juicio, despertando corazones endurecidos y llevando a muchos a los pies del Salvador.

2. Transformando el carácter de los creyentes, moldeándolos a la imagen de Jesús, produciendo amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.

3. Impulsando la misión mundial, enviando obreros, abriendo puertas, derribando barreras culturales y llevando el evangelio hasta los confines de la tierra.

4. Sosteniendo a la Iglesia en medio de persecuciones, crisis morales, desafíos doctrinales y ataques espirituales.

5. Dando dones y poder para servir, de modo que cada creyente pueda edificar a otros y cumplir el propósito eterno de Dios.

La gran pregunta es personal y urgente: ¿Eres tú un verdadero creyente? ¿Has creído en Jesús como tu Salvador y Señor? ¿Está tu vida siendo dirigida, controlada y fructificada por el Espíritu Santo? ¿Estás permitiendo que Él escriba la historia de Dios a través de ti?

El libro de los Hechos termina abruptamente, sin un cierre convencional, porque la historia no ha terminado. La Iglesia de Cristo continúa escribiendo, siglo tras siglo, el capítulo 29: los magníficos hechos del Espíritu Santo en cada generación. Solo quienes se dejan llenar, guiar y empoderar por el Espíritu Santo podrán hacer la voluntad de Dios… y permanecer para siempre.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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