EL SEÑOR DE LA MIES
EL SEÑOR DE LA MIES
«Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8 RV60).
Cuando un pecador se arrepiente sinceramente de sus pecados y deposita su fe en Jesucristo como su único y suficiente Salvador, ocurre el milagro más asombroso que puede experimentar un ser humano: el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, viene a morar en su interior. Este acto sobrenatural transforma radicalmente la condición espiritual del creyente, convirtiéndolo en un templo viviente de Dios. ¿Puedes imaginar algo más glorioso? ¡El Creador del universo elige habitar permanentemente en los corazones de aquellos que le aman! Es un misterio insondable y, a la vez, una verdad profundamente consoladora: Dios no solo está con nosotros, sino en nosotros.
La presencia del Espíritu Santo no es simbólica ni temporal; es la garantía de nuestra redención y la prenda de nuestra herencia eterna (Efesios 1:13-14). Él nos da la certeza de que la salvación no depende de nuestros méritos, sino del poder y la gracia divina. Además, es quien capacita a la Iglesia para cumplir con la misión más sublime encomendada por Cristo: llevar el evangelio hasta los confines de la tierra.
Gracias a su obra, la Gran Comisión es posible. No hay obstáculo geográfico, cultural o espiritual que el Espíritu no pueda superar. Cada una de las más de ocho mil millones de personas que habitan este planeta tiene un valor incalculable para Dios. Su deseo es que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y sean salvos por medio de la fe en su Hijo (2 Pedro 3:9).
Desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo impulsa a los discípulos de Cristo a cruzar fronteras, romper barreras y desafiar el temor. Jesús mandó que la misión se cumpliera de manera simultánea: «Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). Esa visión global sigue viva hoy.
Organizaciones como Puertas Abiertas confirman que hay creyentes en todos los países del mundo. Algunos viven su fe en libertad; otros, en medio de persecución, prisiones o amenazas de muerte. Pero en todos ellos arde la misma llama: el Espíritu de Dios los fortalece para ser testigos fieles —mártires— de Jesucristo.
¿Cómo fue posible que el apóstol Pablo, un antiguo perseguidor de la Iglesia, se adentrara en el corazón del imperio romano con un mensaje tan contracultural? ¿Cómo logró proclamar, con valentía y poder, que aquel carpintero de Nazaret era en realidad Emanuel, Dios hecho carne, quien enseñó con autoridad, realizó milagros, murió en la cruz y resucitó al tercer día? La respuesta es clara: fue el Espíritu Santo quien lo impulsó, dirigió, sostuvo y empoderó. Él fue el verdadero estratega misionero que abrió puertas, quebrantó corazones y dio fruto abundante. A través del Espíritu, Pablo no solo predicó, sino que fundó comunidades de fe que transformaron la historia.
Ese mismo Espíritu sigue obrando hoy con poder. Es Él quien convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8). Es Él quien toca tu corazón, despertando en ti el deseo de reconciliarte con Dios. No rechaces su voz ni ignores su consejo. Cree en Jesucristo, y recibirás el perdón de tus pecados, la paz que sobrepasa todo entendimiento y el don incomparable de la vida eterna. El Espíritu Santo hará de tu vida una morada divina, una antorcha encendida para alumbrar en medio de las tinieblas de este mundo. ¡Deja que el Espíritu del Dios vivo habite, transforme y dirija tu existencia desde hoy y para siempre!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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