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AMAR LA VERDAD EN UN MUNDO DE MENTIRAS

🤥 AMAR LA VERDAD EN UN MUNDO DE MENTIRAS

«La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!» (Hechos 5:4 NTV).

Los griegos solían decir que los persas enseñaban a sus hijos tres cosas fundamentales desde pequeños: montar a caballo, disparar con el arco y decir la verdad. Qué interesante que el pueblo griego, tan amante de la sabiduría y la razón, reconociera el valor moral que los persas otorgaban a la veracidad. No era poca cosa: educar a un niño para amar la verdad era prepararlo para vivir con honor, justicia y dignidad. La verdad era, para ellos, una virtud tan importante como el valor en la batalla.

En contraste con aquella enseñanza ancestral, encontramos en la iglesia primitiva un episodio trágico y aleccionador: Ananías y Safira, un matrimonio que quiso aparentar una piedad que no poseía. Vendieron una propiedad, pero entregaron solo una parte del dinero a los apóstoles, asegurando que era la suma total de la venta. En realidad, lo que deseaban era el reconocimiento sin el sacrificio, la apariencia sin la sinceridad. Aquella mentira, aunque aparentemente inofensiva, fue vista por Dios como una ofensa directa contra el Espíritu Santo. Y el juicio fue inmediato: ambos murieron por haber mentido a Dios (Hechos 5:1–11).

Este suceso dejó una lección imborrable para la historia de la fe: Dios aborrece la mentira. Su santidad no tolera la falsedad, porque la mentira es contraria a su naturaleza. La Biblia afirma: «Dios no es hombre para que mienta» (Números 23:19). En Él no hay sombra de engaño ni doblez. Su palabra es verdad, su carácter es verdad y su Hijo es la Verdad encarnada.

Vivimos hoy en una sociedad que ha normalizado la mentira. Mentir se ha vuelto una herramienta social, una estrategia política, un recurso comercial e incluso una forma de supervivencia. Los gobiernos mienten, los medios manipulan, los empresarios ocultan y las redes sociales fabrican realidades falsas donde la apariencia vale más que la autenticidad. Se premia la astucia del engaño y se ridiculiza la transparencia. En un mundo así, ¿qué motivo podría tener un creyente para amar la verdad, decir la verdad, vivir conforme a la verdad y, si fuese necesario, morir por la verdad?

El único aliciente verdadero es este: la verdad procede del Dios Trino.

El Padre es veraz y se complace en la verdad.

El Hijo no solo dice la verdad, Él es la Verdad (Juan 14:6).

El Espíritu Santo es llamado «el Espíritu de verdad» (Juan 16:13).

Por lo tanto, cuando un creyente dice la verdad, se asemeja a su Creador; cuando miente, imita al enemigo de Dios. El apóstol Pablo exhortó a los efesios diciendo: «Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad» (Efesios 4:25). Decir la verdad no es solo una buena costumbre: es una marca de identidad cristiana. Somos hijos de Aquel que no puede mentir (Tito 1:2), y nuestra boca debe reflejar su naturaleza.

Jesús fue claro al señalar el origen de la mentira: «El diablo... no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de mentira» (Juan 8:44). Desde el Edén, Satanás ha utilizado la falsedad como su arma más eficaz: hizo dudar a Eva de la palabra de Dios y sigue intentando hoy que el ser humano dude de la verdad divina. Él inspiró la mentira de Ananías y Safira, y continúa inspirando a millones a engañar y a engañarse.

Pero Dios, que es rico en misericordia, ofrece perdón aun a los mentirosos. Si crees en Jesús con todo tu corazón, su sangre puede limpiarte de toda falsedad y de cualquier otro pecado. En Él, la verdad y la gracia se abrazan. Aceptar la mentira del diablo te conducirá a la muerte, pero abrazar la verdad de Dios te llevará a la vida eterna.

El enemigo confía tanto en su estrategia, que incluso ahora puede susurrarte: «Esto que estás leyendo no es verdad». ¿A quién decidirás creerle?Si eliges creer a Dios, su verdad te hará libre (Juan 8:32). Si eliges creer al diablo, su mentira te hará esclavo.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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