ATRÉVETE A SER DIFERENTE
«A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro» (1 Corintios 1:2 RV95).
Al inicio de su primera carta a los corintios, el apóstol Pablo revela una verdad gloriosa acerca de nuestra santificación, tanto en su dimensión posicional como en su dimensión práctica. En el momento en que creemos en Jesucristo como nuestro Salvador, el Espíritu Santo realiza una obra milagrosa en lo más profundo de nuestro ser: nos santifica, nos aparta para Dios y nos declara santos. Esta es nuestra santificación posicional. El Padre celestial nos contempla como personas sin mancha, no porque seamos perfectos en nuestra conducta, sino porque nos ve a través del cristal puro, perfecto y resplandeciente de Su Hijo. Por eso, aunque los corintios eran —ante los ojos humanos— inmaduros, carnales y problemáticos, delante de Dios eran santos, pues habían sido rociados con la santidad de Cristo.
Sin embargo, Pablo también les recuerda que esa santidad declarada debe reflejarse en una santidad vivida. Por eso afirma que son “llamados a ser santos”, es decir, invitados, exhortados y capacitados por el Espíritu Santo para someterse con humildad y obediencia al proceso de santificación diaria. Este proceso, lento pero seguro, transforma nuestro carácter a la imagen amable, compasiva, firme, justa y santa de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la santificación práctica o progresiva, que inicia el día de nuestra conversión y culmina el día en que cerremos los ojos a esta vida. Hasta nuestro último suspiro, el Espíritu Santo no descansará de trabajar en nosotros, moldeando nuestras palabras, actitudes y pensamientos para que vivamos y muramos como Cristo vivió y murió: en santidad, entrega, obediencia y amor.
El Espíritu Santo —quien comenzó en nosotros la buena obra de nuestra santificación— ha recibido del Padre la firme orden de no abandonarnos jamás. Nada podrá detener Su labor: ni nuestras caídas, ni nuestras temporadas de frialdad espiritual, ni nuestras dudas, ni nuestras debilidades. Aun cuando nosotros no deseemos ser transformados, Él no renunciará a Su propósito eterno. Seguirá tallando, puliendo, quebrantando y reconstruyendo nuestro carácter hasta el día de Jesucristo, ya sea que Cristo regrese en gloria o que nosotros partamos a Su presencia.
¡Qué maravillosa verdad hemos aprendido hoy! Ya somos santos delante de nuestro Padre celestial, aunque a veces nuestros errores sean evidentes ante los demás e incluso ante nosotros mismos. Estamos en pleno proceso de santificación; no somos un producto terminado. Pero lo más extraordinario es que contamos con el Mejor Escultor del universo obrando desde dentro de nosotros. Él no nos dejará inconclusos, no se cansará de nosotros, no nos desechará. Perseverará hasta exhibirnos como parte de esa gloriosa iglesia santa, sin mancha, sin arruga y sin defecto alguno.
Y tú, ¿ya eres cristiano? ¿Ya tienes al Espíritu Santo viviendo en tu corazón? ¿Has sido santificado por la fe en Jesucristo? ¿Estás permitiendo que Él te santifique día a día? Hoy es una oportunidad preciosa —tal vez irrepetible— para creer en Jesús con el corazón y confesarlo con la boca como tu Señor y Salvador. Posponer esta decisión es arriesgado, innecesario e inútil. No sabes si mañana tendrás otra oportunidad, y ganar tiempo sin Cristo es perder vida, esperanza y propósito. Si permaneces indeciso, probablemente seguirás igual: sin rumbo, sin alegría verdadera, sin paz auténtica. ¡Vamos, atrévete a ser diferente! Cree en Jesús y permite que el Espíritu Santo realice en ti esa transformación profunda que tanto anhelas. El cambio real, duradero y glorioso que buscas solo Cristo puede darte.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

No hay comentarios
Publicar un comentario