ABRAHAM: JUSTIFICADO POR LA FE, MODELO PARA TODO CREYENTE
🙏🏻 ABRAHAM: JUSTIFICADO POR LA FE, MODELO PARA TODO CREYENTE
«Pues las Escrituras nos dicen: "Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe"» (Romanos 4:3 NTV).
Abraham y Sara vivían en Ur de los caldeos, una ciudad próspera, pagana y altamente desarrollada de la antigua Mesopotamia, cuando Dios los llamó a dejarlo todo y trasladarse a Canaán, una región situada aproximadamente a mil kilómetros de distancia. Dios, en un acto soberano de gracia, les hizo tres grandes promesas que serían el fundamento del pacto: tierra, descendencia y bendición. Estas tres promesas no solo formarían la historia del pueblo de Israel, sino también la historia de la redención para toda la humanidad.
Abraham tenía alrededor de setenta y cinco años cuando recibió el llamado, y Sara, su esposa, rondaba los sesenta y cinco. Aunque humanamente era imposible que una pareja de esa edad tuviera hijos, ambos creyeron la Palabra del Señor y emprendieron su viaje sin conocer el destino final. No partieron porque vieran señales extraordinarias ni porque tuvieran garantías visibles, sino porque confiaron plenamente en la fidelidad del Dios que habla y cumple. Esa fe fue tan preciosa para Dios que Él los declaró justos.
Ser justificado significa ser declarado justo, sin culpa, aceptado y perdonado por Dios, aun cuando la persona no sea, en sí misma, moralmente perfecta. Abraham no era un hombre impecable: provenía de una familia idólatra, tenía temores, errores y debilidades, igual que cualquiera de nosotros. Sin embargo, Dios lo declaró justo por su fe, no por sus obras. ¡Qué maravilla entender que el mismo principio aplica para nosotros hoy!
Esta enseñanza se encuentra en una sección fundamental de la epístola a los Romanos, donde Pablo desarrolla magistralmente la doctrina de la justificación por la fe. Para ilustrarlo, el apóstol presenta uno de los ejemplos más brillantes de toda la historia bíblica: la fe de Abraham. Él no fue justificado por cumplir la Ley, porque la Ley ni siquiera existía todavía. Tampoco fue justificado por la circuncisión, ya que esa señal del pacto vendría después. Fue justificado sencillamente porque creyó y tomó a Dios en serio.
Aunque la promesa de un hijo tardó veinticinco años en cumplirse —es decir, Abraham tenía cien años cuando nació Isaac—, su fe permaneció firme. La justificación no dependió del cumplimiento inmediato de la promesa, sino de la confianza en quien la hizo. Esa fe perseverante le otorgó no solo vida eterna, sino también el honroso título de «padre de los creyentes», un ejemplo universal de confianza en Dios incluso frente a las circunstancias más adversas.
Hoy en día, el principio sigue siendo el mismo: somos justificados únicamente por la fe en Jesucristo. No por obras, méritos, religión o tradiciones humanas. Jesús mismo declaró: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él» (Juan 3:36). Y Juan reafirma: «El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn 5:12).
Después de leer esta breve pero importante reflexión, recuerda esta gran verdad: Creer en Jesucristo es la única «obra» que puede salvarte y abrirte las puertas del cielo. Por el contrario, rechazar al Hijo de Dios es el único pecado que condena, porque implica despreciar el único camino de salvación que Dios ha provisto.
Dios te concede hoy una oportunidad incomparable: la oportunidad de creer, de ser perdonado, de comenzar una vida nueva y de asegurar tu eternidad. No dejes pasar esta decisión que transformará tu historia para siempre. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y toda tu casa.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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