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CORRER HASTA EL FINAL CON GOZO

🏃🏻CORRER HASTA EL FINAL CON GOZO

«Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24 RV95).

Por la bendita gracia y la infinita misericordia de Dios, Pablo había sido apartado y llamado al ministerio apostólico desde el vientre de su madre. Ese llamado soberano no fue producto del azar ni del mérito humano, sino del propósito eterno de Dios. Desde el día glorioso de su conversión, en las afueras de la ciudad de Damasco, Pablo respondió con una fidelidad inquebrantable: predicó el evangelio de la salvación con valentía, recorrió vastas regiones, discipuló a innumerables creyentes y fundó iglesias fuertes, saludables y centradas en Cristo.

Sin embargo, ahora percibe que el tiempo de su partida de este mundo está cercano. No lo expresa con temor, sino con la serenidad de quien ha vivido con la brújula fija en la eternidad. Reconoce que el supremo propósito de su vida ha sido conocer, amar y glorificar a Cristo, y por eso la muerte no le intimida; al contrario, la ve como ganancia, un tránsito glorioso hacia la plena comunión con su Señor. Lo que anhela con todo su corazón es terminar su carrera con gozo, no con amargura, frustración ni en conflicto con nadie. Quiere cruzar la meta con la misma pasión con la que comenzó, honrando al Maestro hasta el último aliento.

Considerar la vida terrenal como más preciosa que el ministerio recibido del Señor Jesucristo no es sabio ni espiritualmente saludable. Es mucho mejor desgastarse sirviendo a Dios que oxidarse fuera de Su obra. La vida cobra sentido cuando se derrama al servicio del Reino. El propósito divino para cada uno de nosotros es infinitamente más valioso que la vida misma. Así lo demostraron los grandes héroes de la fe, cuyas existencias fueron antorchas que iluminaron generaciones.

Juan el Bautista arriesgó y finalmente entregó su vida al denunciar valientemente el pecado de Herodes Antipas. Jesús de Nazaret hizo lo mismo: desafió abiertamente la hipocresía de los líderes religiosos y la incredulidad del pueblo, sabiendo que ese acto de amor le conduciría a la cruz. Y aun así, decir que «perdieron» su vida es un eufemismo, pues fue Jesús mismo quien declaró: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16:25). Es decir, solo quien se entrega totalmente a Cristo encuentra la verdadera vida.

Por lo tanto, quien ama su vida más que a Cristo no es digno de Él. Y quien valora su comodidad, sus intereses o su seguridad por encima del ministerio recibido corre el riesgo de terminar su historia de forma lamentable. El evangelio necesita ser anunciado, respaldado y certificado por hombres y mujeres que, como Pablo, estén dispuestos a vivir y a morir por Cristo. Los siervos fieles que parten mientras cumplen su misión no mueren en vano; dejan a las generaciones venideras un legado poderoso, un modelo de fe y perseverancia digno de imitación.

Ahora bien, toca examinar tu propio corazón: ¿Estás terminando tu carrera cristiana con gozo, esperanza y entusiasmo? ¿O la estás concluyendo con amargura, cansancio y frustración? ¿Consideras que servir a Cristo ha sido una pérdida de tiempo, energía o recursos? ¿Vives angustiado pensando que tal vez habría sido «mejor» invertir tu vida en otro proyecto más lucrativo o en una causa aparentemente más importante que predicar el evangelio?

Amado hermano o hermana, levanta tu mirada. Ajusta de nuevo el foco en Cristo. Cambia tu semblante, toma aliento, renueva tus fuerzas y corre la carrera con alegría. Inspira a quienes caminan a tu lado, porque tu trabajo en el Señor jamás es en vano. Cada lágrima derramada, cada sacrificio hecho, cada acto de servicio silencioso y cada palabra de esperanza que has dado serán recompensados eternamente por Aquel que jamás olvida la obra de amor de sus hijos. Corre hasta el final… ¡con gozo!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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